Para aprobar esta asignatura hay que comprar un libro del cuál soy autor. Es un cuaderno de ejercicios a entregar antes del examen. Si en lugar de comprarlo, lo fotocopiáis, os demandaré por infracción de derechos de Copyright.
Así se presentó H.R.A., profesor de la Carlos III de Madrid el primer día de su asignatura ante la atónita mirada de los alumnos de Ingeniería Mecánica, allá por 2006, quienes no podíamos creernos aquella desfachatez y robo. ¿Alguien que obliga a comprar su libro como requisito al aprobado? Pero, ¿qué locura era aquella?
Pero no se planteó ningún problema, no hubo ningún conflicto. Éramos trescientos estudiantes de ingeniería jóvenes, frescos, con ideas nuevas para cambiar el mundo y con mucha fuerza por delante. ¿Qué hicimos? Absolutamente nada, claro.
Cuando alguien a quien respetas (sí, en la Escuela Politécnica aún existe un respeto notable hacia los tutores) saluda y se presenta con una amenaza, tiendes a achantarte, quedarte sentadito y tratando de hacer el menor ruido posible. No vaya a ser que suspendas. Además no importaba, papá pagaba los libros.
El libro cuesta 29,60 euros y, si las cifras de matriculación no han variado desde 2006, este hombre ha ingresado junto con su editorial y coautores 88.800 euros (IVA incluído).
(Pausa dramática)
Como hijo de un profesor funcionario, mi madre, respeto y admiro a aquellos que realizan bien su función educacional –quizá una de las más importantes funciones funcionariales, y sin duda más prácticas que otras– y sufro cuando una de estas personas aprovecha el puesto de responsabilidad para ejercer un poder que nadie le ha dado.
Lo que ocurrió (y supongo que sigue ocurriendo en mi facultad) con H.R.A. no es ni por casualidad un caso aislado. Lleva ocurriéndonos desde que dejamos parvulitos. Quizá por ello no seamos capaces de ver el robo.
Desde que entré a primaria, he cambiado anualmente de libro y este ha sido desechado como inutilizable cada curso. Además, mi libro no es el mismo que el del colegio de al lado, ni de la ciudad, y no digamos ya país.
¿Por qué no se hace una versión europea del libro y se pide a unas pocas editoriales que diseñen un producto de calidad? Luego, podrá ser impreso durante años. Solo imprenta, sin intermediarios. Los errores (constantes en mis libros de texto y soluciones de problemas, por cierto) se verían reducidos. El coste para las familias sería casi absurdo. Las dudas, debatibles en debates en Internet a lo largo de toda Europa. ¿Por qué, entonces, no se unifican conceptos y eliminan personas innecesarias en la cadena-de-no-valor del producto? ¿Por qué se editan libros diferentes cada año? ¿Por qué a mi hermano, de tan solo un año menos que yo, nunca le valieron mis libros?
No es una pregunta focalizada, sino retórica. Es evidente por qué se eligen los libros que se eligen y se permite a las editoriales expoliar los sueldos de los padres. Pero pregunto de manera sincera por qué debemos seguir haciéndolo. Parece, y no soy yo un experto en estas materias, que hay un espíritu de cambio político en nuestro país. Espero que el espíritu asuste a los ladrones de dinero cultural. Obligar a pagar dinero por un supuesto valor añadido (¿de qué sirve un libro de segundo de bachiller de matemáticas en color y con tapa plastificada?) es un robo no solo de dinero, sino de inteligencia de los ciudadanos.
A mí el caso que comentas al principio no me ha ocurrido tan a las claras. Ningún profesor me ha dicho que si no utilizo su libro no aprobaré. Pero sí que he tenido muchos profesores en la carrera (no uno ni dos ni tres) que han incluido en la bibliografía obligatoria uno de sus libros, y a veces incluso ponían exclusivamente sus libros, que por cierto después seguían capítulo por capítulo.
En cuanto a lo segundo que comentas, creo que se ha demostrado que se puede cambiar de modelo y no pasa nada. Cuando los libros de texto se hicieron gratuitos en Andalucía las editoriales se llevaron las manos a la cabeza. Han pasado ya muchos años y ahí siguen. Aquí los libros duran cuatro años y después se cambian. Pero tampoco es la panacea. También tiene sus pros y sus contras.
No, la panacea no, pero en lugar de comprar 20 euros de libro, se pueden pagar 5-6 (de la impresión) y reutilizarlo unos cuantos cursos muy agustito. La idea no es que el gobierno pague a las editoriales sus libros, sino que estas produzcan unos que no tengan que ser reemplazados de inmediato y que se estandaricen (reduciendo editoriales -quizá incluso a nivel europeo-) y ahorrando en el proceso al tener que pagar a una fracción de la gente miles de millones de euros. Si ahora un libro cuesta 20 euros el curso (te hablo de Madrid), y se paga a una editorial, bien podríamos pagar por ese contenido académico 3-4 euros por alumnos repercutiendo los costes de una única editorial entre miles de millones de alumnos.
Sé que es muy ingenieril, pero es un tema que me hace hervir la sangre, especialmente por el tema ecológico. Los libros escolares son satinados, y usan una barbaridad de cloro y productos químicos para el acabado que tienen. Podrían durar (y duran, que lo he comprobado) una veintena de años sin mácula. Pero se nos obliga a cambiar cada poco. Eso es absurdo.
Durante mi carrera universitaria también sufrí a algún profesor-con-libro que iniciaba el curso como Moisés con las tablas de los mandamientos, y ese mandamiento era seguir a rajatabla su libro. Efectivamente, luego pude comprobar que las clases (soporíferas) eran un calco de su (soporífero) libro. A este señor en concreto lo sufrí tres años, así que tres libros suyos que tuve que comprar. Estuve por preguntarle si tenía alguno más y terminar la colección…
Me parece lamentable que en el ámbito universitario en vez de animar a la investigación (como luego comprobé cuando salí de Erasmus a Inglaterra), a leer otros textos y autores, se permita esto. También he de decir que por aquel entonces, hace ya más de diez años, a nadie se le ocurrió protestar. Angelitos borregos que éramos. Si me pillan ahora….
jeje, me ha hecho mucha gracia lo de Moisés. En efecto, tenían ese aire de salvadores de la humanidad.
Muchas gracias por comentar, Encarni.
Yo tuve una profesora a la que había que presentarle el libro para aprobar, son prácticas deleznables. coíncido contigo plenamente.
Muchas gracias, Filogelos, gracias por pasarte y por el comentario 🙂
[…] Un problema similar (pero peor) en la Carlos III lo podéis leer aquí. […]
[…] Un problema con el que muchos nos hemos encontrado alguna vez: Compre usted mi libro, o no aprobará este curso (Marcos Martínez – La piedra de Sisifo). […]
Yo siempre me sorprendo cuando leo estas cosas. Quizás en el mundo de las Humanidades/Ciencias Sociales no hay tanto afán de lucro (o quizás lo autores cedan los derechos de explotación de las obras, no sé) pero jamás de los jamases me ha pasado nada parecido, ni a nadie que conozca de mi carrera.
Que un profesor incluya sus obras (afines a la asignatura) en la bibliografía me parece muy lógico, y de hecho hasta muy útil para el alumno si es una disciplina compleja, de esas que no tienen temarios concretos ni manuales específicos. Pero jamás se nos pidió que comprásemos nada, ni siquiera solapadamente. Es más, si en algún momento se daba por hecho que habría que usar algo de esas obras, el profesor siempre nos proporcionaba fotocopias o escaneaba lo que nos haría falta y lo ponía en el campus virtual.
A cuadros me dejáis. Aunque también es cierto que con lo combativa que era mi facultad políticamente hablando, gorda se habría montado si a algún profesor se le ocurre algo semejante.
Buenas, Alex, perdona que no te haya contestado pero no me llegó el email 🙂
Es posible que se trate de la orientación de la carrera. Yo estudié Ingeniería Mecánica en la Carlos III entre 2006-2010. ¿Puedo preguntar qué, dónde y cuándo estudiaste? 🙂