Desde que el hombre es hombre, es decir, desde que tiene conciencia de la muerte, se ha planteado la inmortalidad como el más preciado de los tesoros. ¿Qué es el Gilgamesh, el primer libro de la Humanidad, el primero del que se tiene constancia, sino la búsqueda enfermiza y obsesiva de la inmortalidad? Dejando a un lado ese temor a la inmortalidad ―tan borgiano por otra parte―, todos o casi todos hemos soñado con ser inmortales. Pero en la inmortalidad hay necesariamente un punto de egoísmo: nuestra inmortalidad implica necesariamente la mortalidad del resto del mundo. Porque un mundo en el que todos somos inmortales es un mundo abocado en poco tiempo al más terrible caos, un mundo que agotaría rápidamente sus bienes, un mundo en el que tarde o temprano no habría espacio para todos. Pensar, por otra parte, en la inmortalidad de unos pocos nos llevaría a una sociedad de castas parecida a los struldbruggs de la isla de Luggnagg en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift.
La propuesta de ampliar la edad de cotización, de retrasar la jubilación hasta los 67 años, recuerda fatalmente al argumento de Las intermitencias de la muerte de Saramago. Dentro de los límites de un país imaginario el escritor portugués experimenta con una sociedad en la que la muerte ha desaparecido y todos sus individuos son inmortales. Inmortales sí, pero no eternamente jóvenes ―una vez más como los struldbruggs―: el país se ve envejecido a pasos de gigante y la euforia inicial se convierte pronto en el temor de que una escasa población activa no pueda mantener a una población inmortalmente envejecida.
Lo de Saramago es una exageración, pero el problema viene a ser el mismo en esencia si lo aplicamos a la edad de jubilación que hay actualmente en España. Nuestro país ha ido, y va en estos momentos, progresivamente envejeciendo. Según el INE dentro de cuarenta años la población española tendrá el doble de mayores de 64 años, es decir, un 31,9% de la población (con una esperanza de vida de 84,3 años en varones y 89,9 años en mujeres). Esto quiere decir que, si sumamos a ese sector de población el de los menores de 16 años, que a mediados del siglo XXI uno de cada dos españoles no será laboralmente activo, o lo que es lo mismo, que el 50% de la población tendrá que mantener al otro 50% de la población además de a sí mismo. De seguir así estaremos una situación insostenible para el Estado.
Esta estadística contrasta con la elaborada por el CIS, en la que se indica que seis de cada diez españoles están en contra de retrasar la edad de jubilación y de aumentar los años de cotización. Para estas personas es un fastidio llegar a los 65 años y todavía tener que trabajar tres años más. Su punto de vista es el egoísta: piensan sólo en el bienestar propio y no en si el Estado tiene posibilidades para mantenerlos en un futuro. Es el mismo punto de vista que el de aquel que desea ser inmortal y que necesita que los demás sean mortales. Si fueran buenos ciudadanos y quisieran lo mejor para el Estado aceptarían la jubilación a los 67 años y aún a los 70 si hiciera falta.
Yo, en cambio, debo ser un mal ciudadano porque me quiero jubilar a los 65 ―o antes si es posible―. ¡Ah!, y también me gustaría ser inmortal.
Nos hemos levantado con la noticia y yo sigo estupefacta. Todavía no he empezado a cotizar para la Seguridad Social, luego no podré pagar las pensiones de los viejitos de España, porque como mínimo me harán falta 20 años de cotización.
Esto es una locura, las estadísticas lo dicen, España es un país en el que abunda la gente que llega a la edad de oro. Entre que trabajamos a una edad muy tardía, tenemos niños más tarde todavía y esta gente no nos quieren dar boleto hasta los 67 me parece que voy a necesitar dos vidas para hacerlo todo.
En fin, voy a proponerme no ver ni escuchar las noticias, así el susto me vendrá de golpe y el Gobierno tendrá una pensión menos dar.
¿Yo qué te voy a decir, si mi vida laboral se reduce a menos de un mes de cotización? Yo sólo sé que quiero trabajaaaaaaaar!
Por otra parte, yo entiendo perfectamente a quienes llevan trabajando desde los 14 años, que son la mayoría de los trabajadores que ahora cumple su edad de jubilación y que quieren descansar de una vez.
No sé si esto resulta facilón y simplista, pero la solución podría ser que los viejos se jubilen y nos den los trabajos a los jóvenes. Así, ellos descansarían y nosotros trabajaríamos y cotizaríamos para costear sus pensiones. El problema es que, si hay más viejos que jóvenes en España, estamos jodidos.
Mientras la población esté envejeciendo creo que adelantar a efectos prácticos la edad con la que se empieza a trabajar es una buen medida. Si todos los jóvenes consiguieran trabajo real a los 18 y no a los 25-30 como viene ocurriendo no habría que atrasar la edad de jubilación.
El problema llegará cuando el país esté envejecido y el número de mayores sea superior al de jóvenes, que es el camino que estamos tomando. En ese momento o se retrasa la edad de jubilación o en el país habrá una situación insostenible.
¿No te ha enseñado nada Anne Rice de las problemas que puede dar la inmortalidad?
Pues nada, a morirse trabajando, eso es lo que nos están pidiendo casi. Y ya adelanto que yo no soy de esos que, como se aburren, piensan seguir trabajando después de su jubilación.
Yo tampoco. Me cuesta mucho trabajo entender a las personas que se sienten realizadas sólo por su trabajo.