¿Comprarías Los juegos del hambre si tuviera esta cubierta?

¿Comprarías Los juegos del hambre si tuviera esta cubierta?

   Hace unos días leía un artículo de David Zarley en The Airship sobre los errores en que suelen caer a menudo las cubiertas de los libros autoeditados. Bueno, en realidad Zarley es algo menos correcto y se refiere, sin rodeos, a por qué muchas de esas cubiertas parecen mierda. Unas cubiertas de libros generalmente editados en formato ebook, pero que si existieran en soporte físico te daría vergüenza leerlos en lugares públicos por temor a lo que pudieran pensar quienes las vieran.

   Quiero pensar que el problema no es que no se le haya dado la importancia que le corresponde a esta parte del libro. Si alguien se toma la molestia de escribir un libro ‒y esa es mucha molestia‒, estoy seguro de que no querrá echar a perder todo su trabajo con la elección de una cubierta equivocada. Al fin y al cabo, no está de más decirlo, una cubierta puede ser uno de los factores fundamentales que nos haga decidirnos por uno u otro libro cuando no tengamos muchas más referencias. Como en tantas cosas, el primer impacto es visual. Y así como una buena cubierta puede hacer decidirnos entre dos ediciones de un mismo libro, una mala puede hacer que abandonemos ese libro del que no sabemos nada.

   ¿Qué es lo que falla entonces en las cubiertas de muchos de los libros autoeditados? Seguramente lo mismo que falla en otros aspectos básicos como puedan ser la corrección, la maquetación o el marketing. Para abaratar costes el escritor a menudo se ve obligado a asumir roles que muy poco tienen que ver con la escritura. No es necesario, que no le sepa mal a ningún escritor, saber diseñar la cubierta de un libro en condiciones para escribir bien. Es más, ni siquiera hace falta tener buen gusto. Pero cuando el autor se empeña en hacerlo todo él mismo ‒algo, por otra parte, muy razonable‒ se arriesga a meter la pata si carece del tiempo, del conocimiento o de la habilidad de los diseñadores profesionales. Y a veces vaya si la mete.

   El gran problema de muchas de las cubiertas de los libros autoeditados es el que Zarley señala en su artículo: tienen una composición que denotan un diseño aficionado. Por norma general suelen ser demasiado explícitas, torpes y sobrecargadas, uniendo a menudo elementos que no casan y desentonan. Por no hablar de la elección tipográfica, que muchas veces entorpece la lectura de algo tan esencial como es el título del libro o su autor. Parece como si el escritor se viera obligado a avasallar al lector potencial con una lluvia de fuegos artificiales, con imágenes a todo color que ocupan la cubierta entera y enrevesadas tipografías, sin importar que el efecto que causen sea positivo o negativo.

   ¿Qué debe hacer entonces el escritor si pretende diseñar su cubierta y no morir en el intento? Lo primero, imagino, es ser consciente de sus posibilidades y limitaciones. Quizá no pueda aspirar a destacar por la cubierta más que por el propio texto ‒porque hay auténticas maravillas‒, pero al menos puede hacer algo digno. Estoy de acuerdo con Zarley en que una solución bastante aceptable pasa por la vía del minimalismo, que es precisamente el camino por el que han tomado o están tomando muchas grandes editoriales. Una estrategia de diseño limpia y sobria, justo lo opuesto a muchos libros autoeditados, puede tener unos resultados sorprendentes. Piénsese, por ejemplo, en Visor, Pre-Textos, Anagrama o Austral. ¿Quién no recuerda las sobrias cubiertas anaranjadas de Penguin? Aunque, por aquello de tirar para casa, mis preferidas son las de la sevillana editorial Renacimiento.

   En fin, lo ideal sería recurrir a un profesional, pero si no es posible mi consejo es huir de lo pretencioso, rebuscado o rocambolesco. Es preferible no llegar por los pelos que pasarse de largo. O, como se suele decir en estos casos, menos es más.

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