Dicen que el vino está vivo. Quizá por ello lleva milenios atrayendo al ser humano, formando parte de su vida y de su historia. Cuanto más conoces sobre esos caldos, más te interesa aprender de ellos.
Por eso, en una de mis escapadas a Logroño, me dejé llevar hasta la Alta Rioja para conocer Briones, donde me habían recomendado visitar el Museo de la Cultura del Vino. La verdad es que no tuvieron que decírmelo dos veces, solo hubo que nombrarme a Picasso, Miró y Sorolla para que me picara la curiosidad.
Antes del viaje investigué un poco y vi que dicho museo formaba parte de la Bodega- Fundación Vivanco, cuyas opiniones en sitios que suelo consultar -como TripAdvisor-, le daban la máxima puntuación. Detrás de todo ese complejo enoturístico, dos nombres: Rafael y Santiago, hermanos y apasionados por el mundo del vino (el primero como enólogo y el segundo como impulsor cultural).

Fauno de la Sala 4
Se me hace difícil describir el museo con todo lujo de detalles, hacen falta más de dos horas para disfrutar de él con propiedad, así como un par más para descubrir su moderna bodega subterránea. El museo tiene varias salas, y cuenta con más de 6000 objetos entre herramientas, corchos, barricas y prensas. Mi preferida, sin duda, fue la Sala 4: “Arte y Símbolo”, donde con extremado gusto han reunido una colección de obras de arte y restos arqueológicos relacionados con el vino que no deja indiferente. Las representaciones de Dionisos, la importancia de las vides, cálices para la Eucaristía… No esperaba un muestrario tan completo.
Y quizá esa sea la palabra que más define al museo: completo. Es por eso que me gustó tanto la visita, porque va más allá del concepto del vino. Los hermanos Vivanco podrían haberse conformado con su bodega y sus catas –que también llevan a cabo-, pero decidieron homenajear al vino y a su historia, lo que hace del museo único en su especie. Lo que ofrecen, al fin y al cabo, son experiencias; una total inmersión a través de actividades, talleres y cursos para cualquier edad y condición. Da igual cuánto sepas del vino, de allí saldrás sintiéndote (casi) un gurú.
Otra de las peculiaridades que más llamaron mi atención fue el Jardín de Baco. Normalmente, durante las típicas visitas guiadas a las bodegas, se habla del proceso de creación del vino en sí, de la temperatura de las barricas, de los años y de los tiempos, pero suele pasarse por alto el origen de todo: la vid. En este mágico Jardín de Baco pudimos observar 220 variedades de uva, tanto nacionales como extranjeras; es algo que no había visto nunca antes y que a mi parecer da valor añadido al museo.
Creo que queda claro por qué Vivanco es más que una bodega; es respeto por el vino, por la huella que ha dejado en estos miles de años de existencia. Lo que se intuye detrás de este conglomerado es pasión. Y es que además de todo lo que ya he comentado, también cuentan con una Editorial y un Centro de Documentación. No es de extrañar que todos estos proyectos hayan ganado tantos premios en los últimos 10 años.
Como buena foodie que soy, me hubiese encantado disfrutar de su restaurante, pero me quedé con las ganas de probar su caviar de vino y sus carnes riojanas. Por lo que sé, y como no podía ser de otra forma, cuidan mucho el maridaje. Quizá la próxima vez me anime, porque estoy segura de que el complejo Vivanco, como el buen vino, hay que degustarlo poco a poco.
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