El último libro de Emma Olsen de Berta Dávila

El último libro de Emma Olsen de Berta Dávila

   Decía un retrospectivo Jorge Luis Borges que en su primer libro se encontraban ya, de forma más o menos velada, todos los grandes temas que iba a tratar en su obra a lo largo de su vida. Y aunque no lo haya expresado con tanta claridad es algo que también pasa, creo, con Enrique Vila-Matas. Es por eso que el primer libro de un autor tiene algo de fundacional, de abrir caminos y marcar senderos. El último libro, en cambio, es algo más solemne, tiene mucho de testamento literario, ideológico y sentimental, de volver la vista atrás y recopilar, como sucede en las películas cuando toda tu vida pasa ante tus ojos en cuestión de segundos. Conseguir una novela que sea principio y final, mitad y mitad, es como conseguir la cuadratura del círculo y, sin embargo, ante determinados autores sentimos que no podría ser de otra forma.

   Berta Dávila lo consigue con El último libro de Emma Olsen, y lo hace teniendo en cuenta que este no es ni su primer ni su último libro. Dávila tiene a sus espaldas varios libros ya: un par de poemarios, un libro de relatos y otras dos novelas. No sobrepasa aún la treintena y acumula premios como el de Narrativa Breve Repsol, el Ánxel Casal al mejor libro de ficción en 2013 o el de la Asociación de Escritores en Lengua Galega también de 2013. Pero El último libro de Emma Olsen, traducido del gallego al castellano por la editorial Mar Maior, tiene la frescura de un libro primero y la madurez y técnica de un libro último. Un ejercicio literario de 106 páginas que a pesar de su brevedad consigue levantar un universo literario lleno de solidez y consistencia.

   Mediante el recurso de la falsa autobiografía, Dávila se pone en la piel de una escritora, Emma Olsen, que a pesar de estar en la cumbre de su carrera literaria se encuentra en la fase final de un cáncer terminal. No nos vamos a engañar, el elemento metaliterario siempre es un punto a favor. Con la intención de poner todas las cosas en orden antes de morir, Emma emprende un viaje catártico a Faith, el pequeño pueblecito donde se crió, para rememorar los días de su infancia y su adolescencia y escribir su último libro con el secreto que nunca revelado a nadie hasta ese momento. El relato se centrará sobre todo en Clarissa, la mejor amiga de Emma, y en cómo con el paso de los años la relación entre ambas se va deteriorando, sobre todo a raíz de la aparición de otros personajes como Bill o el señor Montana.

   El juego de las identidades está muy presente en la novela. «Somos lo que inventamos sobre nosotros para que los demás nos vean así», dice Emma en un momento determinado. Y, como buena escritora que es, sabe bien de lo que habla. Además, los personajes de Emma y Clarissa son como reflejos de un mismo espejo, se construyen con una existencia simétrica, como si simbólicamente fueran siamesas, pero contrapuesta en todo lo fundamental. O por lo menos en la gran decisión que marcará para siempre la existencia de todos los personajes de la novela: huir de Faith. El espacio, un pequeño pueblo del Midwest americano donde todos conocen a todos, funciona también en un plano simbólico. No es solo que Faith sea un lugar de encorsetada moral para lugareños mediocres con estrechez de miras; Faith es un lugar para perdedores, y Emma sabe que al quedarse allí está condenando para siempre su vida.

   La muerte es también otro de los grandes protagonistas del libro. Que a Emma le queden unos pocos meses de vida cuando emprende su relato no significa que dedique a esa circunstancia más palabras de las estrictamente necesarias. Antes bien, lo afronta con bastante serenidad. La muerte se presenta en otras formas. En una lista de formas de escapar de Faith hecha por dos adolescentes, por ejemplo, como si el espacio fuera tan absorbente que solo la enormidad de la muerte pudiera ponerle fin. Hay algo de fatídico en toda la novela que contamina al personaje de Clarissa hasta los huesos.

   Pero es necesario pasar por Clarissa para llegar a Emma. Para desvelar su identidad, que es probablemente el gran secreto que hay detrás del libro, primero hay que dibujar a Clarissa y desentrañar la relación entre ambos personajes. Solo a través de una lograremos desvelar el misterio de la otra.

   Hay que reconocer que la premisa de la que parte Dávila es arriesgada y que, a pesar de ello, ha conseguido dar la talla con nota. Ponerse en la piel de la ganadora de un premio Pulitzer que escribe su último libro antes de morir es un recurso ambicioso. Su prosa, intimista en todo momento, tiene un estilo poético capaz desarrollar pasajes de una belleza abrumadora. Su narración es sugerente y evocadora en cada palabra. Su capacidad para recrear ambientes norteamericanos es pasmosa. Y su dominio de la técnica narrativa envidiable. Como ya hiciera José C. Vales con Cabaret Biarritz, la novela se presenta como la traducción auténtica de la edición norteamericana del libro, incluyendo al inicio una «Nota del editor» y varias notas a pie pie de página a lo largo de historia, con información sobre otros libros escritos por Emma, que no solo no interfieren para nada la lectura sino que la complementan.

   Una novela, en fin, muy recomendable como primer libro ‒eso sí, de Berta Dávila no de Emma Olsen‒ y seguro que no será el último. Creo que Dávila es una escritora a la que no hay que perderle la vista, y sino tiempo al tiempo. Que sirva esta gozada de apenas un centenar de páginas como prueba de ello.

   Esta novela es uno de los libros nominados al Premio Guillermo Baskerville organizado por Libros Prohibidos.

Comentarios

comentarios