El joven Rafael Alberti, en su casa La Gallarda, durante su exilio en Uruguay en 1947

El joven Rafael Alberti, en su casa La Gallarda, durante su exilio en Uruguay en 1947

   Babelia dedica esta semana un número casi monográfico al grupo poético del 27 ─¿cómo es posible que siga perpetuando un término tan poco exacto como el de generación?─ para celebrar el 80º aniversario de su aparición. Siempre me ha parecido curioso este tipo de aniversarios, porque uno puede perfectamente saber qué año, qué mes, que día y qué hora es el aniversario del nacimiento o de la muerte de este o aquel escritor, pero encajar algo tan complejo para lo que ni siquiera existe consenso en su nomenclatura en una fecha concreta parece la típica falacia simplista de libro de texto. De acuerdo, si existe la obligación de elegir una fecha escojamos la del 16 de diciembre de 1927, pero siempre a sabiendas de que el 27 es mucho más que el homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla. Lo que es el 27 ya se venía fraguando muchos años antes y aún se prolongaría años después, por lo menos hasta el comienzo de la Guerra Civil. De todos modos, no crean que estoy en contra de este tipo de celebraciones, sino más bien todo lo contrario, siempre y cuando sirvan para resucitar la quizá demasiado adormilada memoria con propuestas como las del Babelia de esta semana.

   Pocas veces se podrá decir que un Babelia es magnífico en casi todas sus páginas, salvo por alguna entrevista a un desagradable personajillo literario. No todos los artículos tienen la misma profundidad ni la misma agudeza, por supuesto. Frente al superficial tratamiento que hace José Manuel Caballero Bonald, que no va más allá de las cuatro obviedades clásicas y generales de siempre, me quedo con un artículo de Antonio Muñoz Molina sobre el anciano Alberti. Muñoz Molina habla de la impostura y de la máscara de sí mismo, en esa necesidad de rendir fidelidad a los rasgos de la propia identidad, que el artista se ve obligado a interpretar a partir de cierta edad. A partir del caso más evidente, Borges, habla de un Alberti obligado a reiterar los rasgos del personaje que había ido creando con el paso de los años. Aunque Muñoz Molina dé con el dardo en la diana, su texto provoca cierta sonrisa porque parece escrito desde el orgulloso resentimiento del joven que no fue invitado a entrar en el círculo de amistades del viejo vate gaditano y recibió el que quizá es el peor de los tratos: la fría indiferencia. Tampoco tienen desperdicio los artículos de Jesús Ruiz Mantilla, Ian Gibson, Luis Muñoz o Javier Rodríguez Marcos.

   Y es que la gran estrella en esta ocasión, de entre todos los integrantes del 27, es Rafael Alberti, del que se publican tres poemas inéditos, como se hiciera no hace mucho en esta misma publicación con Federico García Lorca o, salvando las distancias, con Julio Cortázar. Los tres textos son una prueba evidente de lo que Ricardo Gullón llamó las «alegrías y sombras de Rafael Alberti»: dos de ellos se encuadran en la etapa de Marinero en tierra y de El alba del alhelí y el tercero en la de Sermones y moradas. Aunque según Beatriz Hernanz, la estudiosa que los ha sacado a la luz, en el segundo de ellos, titulado «Ingenuidad», está prefigurada casi la totalidad de la obra del futuro Alberti es bajo mi punto de vista el más prescindible de los tres. El poema vinculado a Sermones y moradas que empieza «Es una frente la que hoy pide auxilio» es deslumbrante a ratos, con versos y giros que recuerdan al desolador Lorca de Poeta en Nueva York. Este poema, en apariencia escrito por un poeta maduro, fue seguramente descartado por su exceso de irreverencia religiosa que hubiera levantado las críticas de más de uno en la España de la época.

   El poema titulado «Requiem» evoca al joven pintor Alberti paseando por el museo del Prado y copiando incansablemente a los grandes maestros de la pintura. Es un poema de luminosidad apagada, en penumbra, entristecido por el recuerdo del cuerpo amado, por la pérdida. Se va dibujando a dibujando a pinceladas, que bien podrían ser las de Giotto o Piero Della Francesca o bien las del Greco o Zurbarán, un cuadro en el que se adivina la figura de Cristo. Las referencias al color, a la luminosidad y a la mística son abrumadoras ─«de color siglo XIII y muy viejo…»─. Este aspecto culto se une al popularismo de Marinero en tierra a través de continuas exclamaciones, interjecciones, repeticiones, interrupciones y un verso rápido, veloz, como un pincel sobre un lienzo.

«RÉQUIEM»

Aquí… aquí… donde tú estuviste

Donde estuvo ya inmóvil tu cuerpo…

Aquí… aquí… a esta luz amarga

De color siglo XIII y muy viejo…

Quiero hacer este verso

Triste,

Muy triste

Como rayo de luna sobre el Campo Muerto

Me encuentro.

¡Y ahora sí que estoy solo!

Unas luces enfermas de color ceniciento…,

Un Cristo…,

Unas flores mustias de blancor enfermo…

¡como cuando estaba ya inmóvil

tu cuerpo!

¡Tu cuerpo! :

largo y abultado como las estatuas del Renacimiento. ;

y la túnica humilde… de pliegues helénicos… ;

y tus manos místicas…

¡Oh, las ascéticas manos

de los muertos!

¡Oh, el color, el color de los muertos! :

Color de llanura cuando ya hace frío…

Color de este verso.

Aquí… aquí: ¡Como aquella noche!

Me acuerdo de mi juramento,…

Que te hice temblando… temblando…

Al oído…

¡ya sin eco!

Y ahora:

Quiero

Renovar «aquello»…

Y seguir siendo bueno,

Muy bueno…

Aquí, aquí, donde tu estuviste… ;

Donde estuvo ya inmóvil tu cuerpo…

Aquí… aquí…: a esta luz amarga

De color siglo XIII y muy viejo…:

Hice

Este verso.

   Julio MCMXX III

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