No hace mucho tiempo confesaba mi pasión por el cine de zombies a raíz de una novela publicada por Internet a modo de bitácora con el título de Apocalipsis Zombie. Hoy vuelvo a mencionar una vez más el tema para hablar de una novela bastante reciente que se ha convertido en un bestseller, quizá no tanto en España como en Estados Unidos, un país donde las películas de Georges A. Romero forman parte de la cultura popular. Me refiero a Guerra Mundial Z, escrita por Max Brooks, que es hijo de ese genio del humor que es Mel Brooks y que anteriormente había publicado un libro que se convirtió en todo un hito, Zombi: Guía de supervivencia: Protección completa contra los muertos vivientes (publicada en la editorial Berenice). Los planteamientos de ambos libros se alejan del esquema novelístico tradicional ─de lo que Apocalipsis Z pecaba en exceso─ y se presentan en forma o bien de ensayo o bien de informe.
Precisamente esto último es Guerra Mundial Z: un informe encargado a Max Brooks por las Naciones Unidas sobre la «Plaga Andante», más conocida como Guerra Mundial Z. La acción se desarrolla en una sociedad postapocalíptica, partiendo de la premisa de que ya se ha desarrollado la guerra contra los zombies, un conflicto que casi extingue a la Humanidad y que destruye el mundo tal y como lo conocemos para dar paso a otro nuevo mundo que trata de recuperarse a duras penas. En ese nuevo mundo Max Brooks va recopilando testimonios de todo el planeta al tiempo que los va ordenando para construir una visión cronológico de cómo se desarrollo el conflicto desde la aparición de los primeros casos hasta el desenlace de la guerra a favor de los vivos, pasando por el «Gran Pánico» o el desarrollo de la guerra.
Lo novedoso del libro de Brooks es que aprovecha un tema en principio tan superficial como el de los zombies ─y digo superficial por el tratamiento que se le ha venido dando─ para hacer una poderosa crítica social contra los sistemas políticos actuales, y especialmente contra el estadounidense. La forma en que este gobierno gestiona la crisis, la manera en que encubre los primeros casos, los minimiza y cómo posteriormente manipula a la sociedad para hacerles pensar de una determinada manera consigue poner los vellos de punta por cuanto puede aplicarse a situaciones muy actuales y que nada tienen que ver con la ciencia ficción del Apocalipsis zombie. Sólo cuando el problema se ha vuelto ya inmanejable, sólo cuando la situación se desborda, entonces los gobernantes de turno recogen sus bártulos, seguramente para ocultarse en la seguridad de algún búnker en las entrañas de la tierra.
Pero hasta el último momento, mientras quedara un resquicio de esperanza, estaban en juego unos votantes que llevarían a afirmar a un personaje del libro lo siguiente: «En política, te centras en las necesidades de tu base de poder. Si los mantienes contentos, ellos te mantienen en tu despacho». ¿De qué hubiera servido contar toda la verdad? Únicamente habría producido protestas, disturbios, daños en la propiedad privada que no hubieran solucionado nada, sólo acelerado y agravado el problema. Con todo el cinismo del mundo este mismo político confiesa: «¿Se puede solucionar la pobreza? ¿Se puede solucionar el crimen? ¿Se pueden solucionar las enfermedades, el desempleo, la guerra o cualquier otro herpes social? Claro que no. Sólo puedes intentar que sean lo bastante manejables para que la gente siga con su vida».
En la base de toda batalla, por debajo de cualquier guerra, lo que permite que gane uno u otro bando es el miedo: «la verdadera batalla no consiste en matar, ni siquiera en herir al otro, sino en asustarlo lo suficiente para que lo deje. Acabar con la moral del contrario, eso es lo que intenta cualquier ejército que quiera triunfar». Sin embargo, en la guerra contra los zombies el ser humano se encuentra con un adversario incapaz de sentir miedo. No importa a cuántos zombies se mate, no importa a qué torturas se les someta ni la potencia de las armas que se utilicen: jamás sentirán miedo, biológicamente son incapaces de hacerlo. Y este es precisamente el punto flaco del ser humano.
Del miedo se dice en el libro que es «la mercancía más valiosa del universo». Basta encender la televisión para comprobar que lo que vende la gente es miedo, miedo de «vivir sin sus productos», «miedo a envejecer, miedo a la soledad, miedo a la pobreza, miedo al fracaso… El miedo es la emoción más básica que tenemos, es primitiva». Y por supuesto, en una sociedad que se derrumba a causa del miedo siempre surgen buitres dispuestos a sacar su tajada con el miedo de los demás. Así se entiende que la prensa y los medios de comunicación colaboraran con los gobiernos para acallar la crisis y minimizar los daños. Al ser propiedad de algunas de las empresas más grandes del mundo, sus compañías se habrían hundido si una ola de pánico hubiese golpeado la bolsa.
Pero el precio que la Humanidad tiene que pagar por vencer la Guerra Mundial Z es demasiado alto, tan alto que no está claro que sea precisamente una victoria. Porque para sobrevivir el ser humano se ve obligado a sacrificar el que probablemente sea su bien más preciado: su humanidad. Todas las sociedades del mundo aplican en menor o mayor medida el llamado plan Redeker, que consiste en abandonar a los más débiles a su fortuna, en seleccionar cuidadosamente a la población que se salva según unos parámetros médicos, intelectuales o monetarios. Los abandonados no se convierten sólo en una presa fácil para los zombies, sino que se utilizan como un cebo, como medida de distracción, mientras que el resto de los supervivientes pueda reorganizar un plan de defensa y ataque. El mundo fue salvado por un tipo que se describe como un individuo que «creyó que el defecto fundamental de la humanidad era la emoción» y que predicaba que «la primera víctima del conflicto tiene que ser nuestro sentimentalismo». La descripción de la guerra es en muchos casos un detallado análisis de cómo se fue perdiendo esa humanidad, de cómo fueron abandonados o asesinados decenas de miles de personas. Son actos que en algunos casos llegan al canibalismo, lo cual encierra la ironía de convertirnos en uno de ellos para sobrevivir.
Aunque el conflicto descrito por Max Brooks sea el de un hipotético mundo dominado por los zombies, la respuesta que los seres humanos adoptan ante la guerra sí tiene un sabor a universal. El hecho de que el enemigo sea zombie implica que la guerra tenga unas particularidades muy concretas ─la más importante y decisiva es que supone el primer conflicto realmente mundial de la historia del hombre─, pero las reacciones son semejantes a las producidas ante cualquier guerra. El auténtico enemigo no eran los zombies, «el enemigo era la ignorancia; las mentiras, las supersticiones, la mala información y la desinformación. A veces no había información ninguna. La ignorancia mató a miles de millones de personas y provocó la Guerra Zombi». Unas palabras que no pueden ser más acertadas y actuales; un libro, en definitiva, para reflexionar sobre los instintos que mueven a los hombres en tiempos de guerra.
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