Existe una famosa frase de Woody Allen que dice: «El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida que necesitas a un especialista para comprobar la diferencia». Tal vez pueda parecer una de las ingeniosas bromas de Woody Allen, pero lo cierto es que investigadores de la Universidad Victoria de Wellington en Nueva Zelanda han realizado un estudio en el que llegan una conclusión muy parecida. Ronald Fischer y Diana Boer realizaron más de 420.000 encuestas en 63 países para medir los índices de felicidad y bienestar de la población en los últimos 40 años. Según los resultados obtenidos parece que más que el dinero, los factores que más felicidad aportan son la autonomía y el individualismo. Como es lógico, el dinero no deja de jugar un papel importante porque puede ayudar a conseguirlos, pero ni es absolutamente imprescindible ni por sí solo es garantía suficiente para ser felices.
Frente a esta idea que resta importancia al dinero y destaca el valor de lo individual, Michel Norton, profesor de marketing de la Escuela de Negocios de Harvard y coautor junto a Elizabeth Dunn del ensayo Happy Money: the Science of Smarter Spending, defiende exactamente lo contrario. No es que Norton le ponga precio a la felicidad, como sí hizo Kahneman, que ponía el tope en 46.000 euros anuales ‒60.000 dólares‒, una cantidad orientativa a partir de la cual el tener más dinero no seguía generando felicidad. Según Norton la clave para conseguir la felicidad a través del dinero es encontrar la forma adecuada de gastarlo. Y lo realmente importante es gestionarlo desde una perspectiva prosocial, no gastarlo en uno mismo sino en los demás.
Para demostrarlo hizo un experimento. Entregó dos tipos de sobres distintos a dos grupos de personas. Uno de los sobres tenía una pequeña cantidad de dinero y una nota que decía que había que gastarlo en uno mismo; en el otro sobre había una cantidad de dinero algo mayor y una nota que decía que había que gastar ese dinero en otras personas. Al acabar el día volvió a entrevistar a los sujetos y los que se habían gastado el dinero en ellos mismos no era más felices ‒tampoco menos, sencillamente no les había supuesto gran diferencia el dinero‒, pero los que gastaron el dinero en otros sí que decían sentirse mejor con ellos mismos. Primero hizo este experimento en Canadá y después lo repitió en Uganda, para comprobar que, independientemente del nivel económico o del contexto cultural, los resultados eran prácticamente idénticos.
Así que el dinero sí que da la felicidad pero solo en tanto que nos ayuda a desarrollar y mejorar las relaciones sociales. Al gastar el dinero en los demás lo estamos revistiendo de un significado emocional. Eso es precisamente lo que marca la diferencia. Plantéate que si a estas alturas todavía piensas que el dinero no da la felicidad tal vez es que no lo estés gastando bien.
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