«Escribir es darle al dolor un sentido que no tiene», dijo Rosa Montero en una entrevista. Tradicionalmente se suele pensar que la mejor literatura nace de la angustia y del sufrimiento. Miguel D´ors condensa como nadie ese poder catártico de la escritura y del arte en general en un poema, al hablar de Charlie Parker, cuando habla del «el indecible esplendor de la rosa y el estiércol». Sin embargo, la literatura también es felicidad. Eso es precisamente lo que analiza un nuevo estudio publicado en la revista Nature Human Behavior. Basándose en los dos últimos siglos de literatura, investigadores de la Universidad de Glasgow, la Universidad de Warwick y el Instituto Alan Turing examinaron más de ocho millones de textos digitalizados disponibles en Google Books para determinar cómo ha reflejado la felicidad de escritores y lectores.
El equipo de investigadores, con el psicólogo Thomas T. Hills, de Warwick, al frente, crearon un índice de palabras positivas y negativas. Con esta lista, el equipo creó un algoritmo que analizaba textos publicados en el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania e Italia entre 1820 y 2009.
Al analizar los cambios a lo largo del tiempo, se pudo establecer una correlación entre el bienestar subjetivo y toda una serie de factores como el producto interno bruto, la esperanza de vida, las guerras y la democratización. En el caso del PIB, por ejemplo, aunque una subida iba pareja de una mejora del bienestar general, es necesario un gran aumento en los ingresos para percibir un efecto notable en los niveles de felicidad nacional. La esperanza de vida, en cambio, tiene un mayor impacto en el bienestar de las personas: vivir un año más hizo que las personas fueran tan felices como podrían serlo con un aumento del 4,3 por ciento en el PIB. Lo más sorprendente es que un año menos de guerra tuvo el mismo impacto en la felicidad que un aumento del 30 por ciento en el PIB.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la felicidad nacional en Estados Unidos alcanzó su punto más bajo a mediados de la década de 1970, un período marcado por el fracaso de Vietnam. Mientras tanto, el Reino Unido experimentó su mayor sensación de bienestar a finales del siglo XIX, cuando el país estaba viviendo su esplendor colonial, pero se vino abajo durante la crisis industrial que tuvo lugar a finales de la década de 1970. Los datos muestran que acontecimientos que son relevantes dentro de la historia, como la Gran Depresión y el surgimiento del fascismo italiano, afectaron al bienestar a corto plazo, pero no se mantuvieron mucho en el tiempo. «Llama la atención lo increíblemente resistente que es a las guerras el bienestar subjetivo nacional», dijo Hills en un comunicado. Por otra parte, las subidas y bajadas de la economía tienen un escaso efecto a largo plazo.
Según Sigal Samuel, los investigadores compararon sus hallazgos con el Eurobarómetro y la Base de datos mundial de la felicidad, que se basan en datos de varias décadas. Ahora bien, el estudio no mide el bienestar objetivo, determinado por factores fisiológicos, sino el subjetivo, que determina si una palabra transmitía felicidad o descontento.
«En este momento, lo que tenemos es un software muy, muy malo», dijo Meredith Broussard, experta en periodismo de datos en la Universidad de Nueva York. Esto se debe a que los ordenadores no pueden comprender los matices ni los chistes. Y lo cierto es que las diferencias culturales en la forma de expresar emociones y definen ciertas palabras probablemente distorsionaron los resultados del estudio. La dificultad de los algoritmos predictivos para comprender el contexto social también podría haber influido en los hallazgos. Al fin y al cabo, el algoritmo utilizado simplemente cuenta la frecuencia de ciertas palabras. Sin embargo, los seres humanos son capaces de entender el lenguaje en un contexto más amplio y a menudo obtienen un significado más allá de la definición literal de las palabras. Conscientes de estas limitaciones, los autores del estudio trataron de analizar aquellas palabras que conservaron un significado estable a lo largo del tiempo o implementar criterios que explicaran los cambios de definiciones a lo largo del tiempo.
Para recopilar sus datos, los investigadores recurrieron a Google Books, que alberga más de ocho millones de volúmenes digitalizados, más del 6 por ciento de todos los libros publicados. Se recurrió a una amplia gama de textos, incluyendo libros, periódicos y revistas, para que el algoritmo trabajara con una mayor diversidad de información. Aún así, se corre el peligro de que los datos utilizados puedan excluir escritos importantes de comunidades marginadas sistemáticamente o textos sujetos a censura, como pudo ocurrir en la Alemania de 1940 con todos aquellos escritos que criticaban al régimen nazi.
Evidentemente existen todavía carencias e importantes desafíos a la hora de medir datos cualitativos utilizando métodos cuantitativos, pero, como señalan los investigadores, el estudio no deja de tener su valor gracias a sus implicaciones prácticas: además de ayudar a comprender mejor el pasado, este método podría usarse para evaluar el impacto social de toda clase de acontecimientos.
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