Aminatou Haidar

Aminatou Haidar

   No hace mucho que Aminatou Haidar volvió a Marruecos. Su estado físico era lamentable, después de poco más de un mes en penosas condiciones. Los médicos, sin embargo, dieron su visto bueno para que el viaje se produjera lo antes posible ―como si su regreso equivaliera a quitarse un problema de encima―.

   No, Aminatou no estaba en buenas condiciones. El viaje en patera la había dejado exhausta. Y al llegar a España el panorama no era ni mucho menos el que le habían vendido: un mes ocultándose, moviéndose a hurtadillas, con el miedo de ser localizada, de ser reconocida, de que algún policía la parara y le pidiera los papeles que no tenía, descubriendo así que había entrado en España ilegalmente. Porque viajar en patera, arriesgar su vida en una embarcación casi de papel, exponerse a acabar ahogada en algún punto del mar Mediterráneo, es algo que sólo pueden saber aquellos que han conocido de verdad la desesperación. Por no hablar de su estado psicológico: perder en el viaje a su marido y a su hijo de quince años, dejar en Marruecos a un hijo de seis años con la promesa infructuosa del futuro mejor, o llegar a un país desconocido, acompañada de un puñado de famélicos desconocidos, que sólo comparten con ella el dolor de la pérdida y del desarraigo. No conocer el idioma y tener que huir, no rendirse jamás. Tanto esfuerzo, tanto sacrificio y tanto dolor para que al final un pastor la denuncie y acabe en manos de un par de guardias civiles.

   Efectivamente, la Aminatou Haidar de la que habla este relato no es la activista saharaui conocida internacionalmente. Nadie, aparte de un par de funcionarios de aduanas, sabe cuál es su nombre en España, y aún ellos no han podido evitar la extraña sensación de que aquella mujer anónima tenía el mismo nombre de otra que había aparecido en las noticias de todo el mundo. Su trágica historia nunca aparecerá en las noticias, más allá de la simple cifra estadística anual. Su cara no aparecerá en carteles ni en camisetas con frases reivindicativas. Ningún político reconocido internacionalmente moverá un dedo por ella, la ONU no se planteará jamás si su situación crea un conflicto humanitario. No habrá intelectuales que escriban manifiestos a favor de ella, ni se crearán plataformas que se movilicen por sus derechos. No representará jamás un problema ni para España ni para Marruecos, por lo que el funcionario de turno no vendrá jamás a ofrecerle la nacionalidad. Nunca se convertirá en un símbolo de la libertad, ni siquiera de la injusticia o de los derechos humanitarios.

   De hecho, la única coincidencia entre nuestra Aminatou Haidar y la famosa activista, aparte del país de origen, es el nombre. Nunca ha luchado por los derechos de su pueblo ni por la libertad del Sahara. Si acaso ha pretendido mejorar la situación precaria de su familia, de sus padres, de sus hermanos, de su marido o de sus hijos. No por eso se le puede acusar de egoísmo, como mucho, de supervivencia.

   Pero la diferencia que más llama la atención entre las dos Aminatous es que una deseaba con todas sus fuerzas quedarse en España y la otra volver a su país. Lo verdaderamente curioso es que un mismo final, un idéntico titular, recoja dos historias tan distintas.

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