Mark Twain, por Ken Corbett

Mark Twain, retratado por Ken Corbett

   El verano sigue arrastrándose lento y perezoso ahí fuera y yo siempre fui débil y me contagio. El último artículo que grabé en esta piedra fue sobre hechos curiosos sobre libros y éste trata sobre hechos curiosos de quienes los escriben.

   No es lo más original ni tampoco lo más académico, pero fueron cosas que me hicieron asentir al conocerlas y, en el momento en que todo sea serio en literatura, yo me voy.

   Así que, sin más, he aquí cinco hechos curiosos sobre escritores.

1.- Mark Twain y el invento que llevas puesto

   Uno tiene que admirar necesariamente al que dijo: «cuando quiera que te encuentres del lado de la mayoría, párate y piensa». Mark Twain era la mente más afilada al oeste del Mississipi y de la otra orilla también. Dicha mente la aplicaba a la literatura, el periodismo, la prospección, pilotar un barco de río y también a los inventos.

   El primero de ellos, una especie de libro autoadhesivo, le proporcionó 50.000 dólares del siglo XIX. Pero es otro de sus inventos el que, buena parte de quien está leyendo esto, lleva puesto ahora mismo.

   Se trataba de una especie de cinta elástica de quita y pon, compuesta de dos pedazos que se unían el uno al otro con unos pequeños ganchos. Servía para ajustar chalecos, pantalones y demás que quedaban demasiado sueltos. Pero hoy día se usa en todo el mundo de una pieza y de manera fija. Porque Mark Twain creo a Tom Sawyer y también los cierres de sujetador.

2.- Agatha Christie resolvió crímenes reales y salvó vidas

   Y lo hizo sin necesidad de moverse de su casa, para dejar bien claro quién es la genio aquí.

   El caballo pálido es la novela que lo permitió. En ella el asesino usa sulfato de talio, un veneno horrible. Por supuesto el caso del libro se resuelve y el asesino es atrapado. Igual que ocurriría en tres ocasiones más.

   En 1975 una fan latinoamericana lo estaba leyendo y reconoció los síntomas en una amiga. Su marido intentaba asesinarla poco a poco, así que alertó a las autoridades y la salvó. Al otro lado del océano una enfermera inglesa cuidaba de una niña enferma de Qatar, que empeoraba inexplicablemente. En los largos días la enfermera leyó El caballo pálido y ató cabos al ver que la niña perdía el pelo como en la novela. El Talio era un pesticida común en el Medio Este asiático y salvó a la niña.

   Y finalmente, en 1971, una enfermedad misteriosa asoló la ciudad de Bovingdon. Cuando un doctor terminó El caballo pálido se dio cuenta de que no existía tal enfermedad, sino un asesino en serie suelto. Graham Frederick Young fue atrapado como responsable, poco después de que ese médico cerrara las páginas de El caballo pálido.

3.- La guerra contra los adverbios

   En esta guerra a un lado del frente están los adverbios, al otro un héroe solitario o quizá no, Stephen King. El famoso escritor se suele proponer escribir 2.000 palabras cada día y hacerlo sin adverbios.

   «El camino hacia el infierno está plagado de adverbios y lo gritaré desde los tejados».

   King le dice vehementemente a todo el que escucha que los adverbios son, probablemente, el mayor enemigo de la escritura.

   Y una curiosidad extra sobre Stephen King. Misery fue inspirada por un sueño que tuvo en un avión. Ansioso por capturarlo —rápidamente— antes de que se escapara, se sentó en el aeropuerto a escribir y no se levantó hasta que tuvo las primeras 40 páginas.

4.- Problemas con la bebida (I)

   Si hay una imagen típica del escritor que nunca termina un libro hoy es el que está en un Starbucks con su Mac, haciendo fotos de eso que llaman café para subirlas a Instagram. El comentario que las acompaña siempre es que está trabajando en su libro.

   Si aún viviera, es posible que hubiera un escritor de verdad en un Starbucks, Honore de Balzac. Bebió unas cincuenta tazas de café cada día y apenas durmió —oh, sorpresa— durante la escritura de La comedia humana. Le tenía tanto amor a esa bebida que le dedicó un artículo al café, lleno de versos que derretirían el corazón de cualquier amada. Ahora que lo pienso supongo que, si de veras quería tanto al buen café, él tampoco iría a un Starbucks de todas formas.

5.- Problemas con la bebida (II)

   Igual alguno se ha imaginado lo que viene al ver el (I) en la anterior parte. El verdadero problema líquido de la escritura no está en la cafeína, sino en el alcohol.

   Este no es un hecho desconocido, pero a veces uno no se da cuenta de la verdadera magnitud; y es que uno acabaría antes una lista de escritores abstemios que una con los que profesan demasiado amor.

   Desde Lope de Vega y Quevedo hasta Dostoyievski y Marguerite Duras —«he vivido sola con el alcohol durante veranos enteros», decía—, pasando por el hecho de que Estados Unidos tiene siete Nobeles y cinco eran alcohólicos.

   «Soy católico y por tanto no me puedo suicidar, pero pienso beberme hasta morir», dijo Jack Keoruac. Y lo consiguió.

   Ahora, cada dos por tres, me encuentro por Internet el famoso: «escribe borracho, edita sobrio», y debajo aparece el nombre Ernest Hemingway y me dan ganas de atravesar la pantalla de un puñetazo, porque no lo dijo él. De hecho advertía sobre lo idiota que es escribir bebido y muchos de los mejores se cuidaban de no mezclar su alcohol y su trabajo. Ernest trabajaba por la mañana y siempre sobrio, el editor de Bukowski dijo que nunca lo había visto borracho y Vonnegut sólo bebía su escocés casi de noche, con el trabajo terminado, para amansar una cabeza que no dejaba de bullir.

   Es curioso, beber no favorece escribir, pero parece necesario para muchos, a fin de soportar lo que implica adorar a esa musa.

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