Para los amantes de la palabra escrita pocos bienes hay tan valiosos como los libros. De hecho, ante la idea de una cámara acorazada custodiando tan preciado valor uno no puede evitar pensar en la Biblioteca Nacional e imaginarse sótanos cavernosos y húmedos protegiendo detrás de gigantescas puertas de innumerables llaves tesoros como el manuscrito del Poema del Cid de Per Abbat, la primera edición de Don Quijote de La Mancha o los códices de Leonardo da Vinci. Sin embargo, no es ese el único legado merecedor de ocupar un hueco en una cámara de seguridad. O, al menos, no es así cómo lo ha planteado el Instituto Cervantes con su Caja de las Letras.
No es que la institución encargada de promover y enseñar la lengua española en todo el mundo se propusiera en un primer momento albergar y salvaguardar tesoros lingüísticos, pero en el año 2007 traslada su sede al emblemático número 49 de la calle Alcalá, ocupando la antigua sede del Banco Central. Como es natural, el edificio contaba en su sótano con una cámara acorazada con unas 1.800 cajas de seguridad. Poco tiempo después del traslado, el entonces director del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, anunció que la cámara acorazada del antiguo banco se utilizará para salvaguardar valores culturales, convirtiéndola en una especie de almacén de cápsulas del tiempo. Según dijo Molina en aquel momento, «uno de los elementos simbólicos del banco es a partir de ahora el lugar que irá acumulando en el tiempo el saber de nuestra cultura, de nuestros escritores y artistas. Será una capilla, no del dinero, sino de la cultura».
A principios del 2008 el Instituto invitó a escritores, pintores, cineastas y diversos personajes del mundo de la cultura y de las artes a que depositaran en las cajas algún tipo de legado cultural, no necesariamente de palabras escritas. Desde entonces una veintena de personalidades, además del Proyecto Fahrenheit 451, han depositado algún tipo de valor, sin que se haya hecho público en la mayor parte de los casos qué es lo que hay en cada caja. Se sabe, por ejemplo, que Ana María Matute ha depositado un ejemplar de la primera edición de Olvidado Rey Gudú; el bailarín y coreógrafo Víctor Ullate el chaleco con el que interpretó El Madrid de Chueca con el Ballet Nacional en 1982, un reloj que perteneció a su abuelo y un anillo de su padre; Nicanor Parra ‒a través de su nieto, Cristóbal Ugarte Parra‒ su máquina de escribir; y el compositor Luis de Pablo una partitura inédita para que sea interpretada tras su fallecimiento.
Al depositarlo, además, se pone una fecha de devolución, generalmente muy posterior a la entrega. Así, el primero en inaugurar la Caja de las Letras fue Francisco Ayala en 2007, y su legado ‒desconocido‒ no será devuelto hasta cincuenta años después, es decir, en el 2057. De todas las cajas la única que ha sido abierta hasta el momento es la de la agente literaria Carmen Balcells, que fue utilizada en 2011 por un período de un año. La caja que más tardará en abrirse es la del escritor mexicano José Emilio Pacheco, en concreto el 21 de abril de 2110, una fecha que no permitirá a nadie vivo conocer su contenido. La próxima caja en ser abierta es la del actor Manuel Alexandre, el 11 de noviembre de 2017, aunque su contenido no es ningún misterio. Alexandre depositó en ella su TP de Oro honorífico.
Hasta aquí solo he hablado de la cámara, pero en el título del artículo te ofrecía una invitación para visitarla. Eso sí, virtualmente. El diario lainformacion.com ha habilitado una página en la que puedes entrar dentro de la Caja, darte una vuelta ‒literalmente‒ por ella y averiguar qué personalidades hay en cada caja. Solo me queda desearte que disfrutes de la visita.
Hola, Alejandro.
Curioso e interesante artículo. Que yo recuerde desconocía la existencia de esas cajas destinadas a guardar objetos artísticos de diferentes clases. Me parece muy buena idea. Lo que no entiendo es por qué tienen que pasar tantos años antes de abrir algunas cajas.
Un saludo literario.
Hola Alberto. El periodo de tiempo lo decide el dueño de las pertenencias. Normalmente se suelen coger cantidades de tiempo que tengan algo de simbólico. Pueden ir desde un año a 100 años. No hay una cantidad de tiempo fijada. Un saludo.
Hermoso tesoro el de las letras.
Gracias.
Gracias a ti por la visita
¿Por qué unas cajas son más pequeñas que otras?, ¿se puede elegir o te asignan una en el momento en que das a conocer que deseas guardar algo tuyo allí? A ver si un día va a haber problemas por este motivo… ¿Y quién garantiza la conservación de lo que allí hayan guardado? (No es ninguna tontería, que estas cosas pasan… No todo el mundo sabe cuáles son los materiales que se deterioran, y los que no, con el paso del tiempo… Lo lógico es que escojan objetos perdurables, pero… ) ¿Si hay tanto secretismo respecto de lo guardado, no existe acaso la posibilidad de que un autor decida gastar una broma al mundo o, sin querer, lograr algo semejante? Gracias. Un saludo.
Gracias a ti por la visita 🙂
Las cajas se reparten de forma aleatoria, no por el tamaño sino por el número. Al escritor o artista se le ofrecen algunos números y es él quien elige. Ten en cuenta que esto no es como otros proyectos que almacenan cosas para descubrirlas en un futuro. En este caso el depósito es personal. El personaje deja algo en la caja y lo recogerá él mismo o sus descendientes en caso de que haya fallecido, pero no hay obligación de mostrar en público qué es lo que había en las cajas. Si lo que hay dentro se deteriora en principio no tendría por qué saberse. Un saludo.
Se puede visitar la caja de las letras??
Te recomiendo que te pongas en contacto directamente con el Instituto Cervantes.