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   «¿Qué escucho? ¿Son almas en pena? ¿Son hijos de puta?», leemos en las primeras páginas de la comedia bárbara Romance de lobos de Valle-Inclán. Según el filológo Delfín Carbonell Basset, autor del Diccionario sohez del español cotidiano, el castellano es más propenso a usar palabrotas que otros idiomas, como por ejemplo el inglés. Y la literatura no es una excepción, como demuestran las miles de palabras malsonantes que Camilo José Cela recoge en su Diccionario secreto. Es cierto que el uso de palabrotas tiene una larga tradición en la literatura castellana, pudiendo remontarnos al «hideputa» cervantino o al quevediano «puto es el hombre que de putas fía». Y es cierto que Norman Mailer en Los desnudos y los muertos, de 1948, una novela sobre la Segunda Guerra Mundial, el autor utiliza el término «fug» para evitar escribir un «fuck» que podía herir sensibilidades. Pero mucho ha llovido desde mediados del siglo XX y a día de hoy la lengua inglesa no tiene nada que envidiar de la tendencia al taco del castellano.

   Según un estudio dirigido por Jean Twenge, autor y profesor de psicología de la Universidad Estatal de San Diego, cuyos resultados acaban de ser publicados en la revista Sage OPEN, el número de palabrotas usados en la literatura ha crecido de forma exponencial desde 1950. El equipo ha analizado más de un millón de libros de Google Books publicados entre 1950 y 2008 en busca de lo que en Estados Unidos se conocen como «Seven Words You Can Never On Television», es decir, las siete palabras indecentes que en 1972 el comediante George Carlin señaló en un monólogo que nunca debían ser dichas por televisión, satirizando su excesivo puritanismo. La lista estaba compuesta por shit ‒mierda‒, piss ‒meada‒, cock ‒polla‒, suck ‒lamer o apestar‒, fuck ‒follar o joder‒, motherfucker ‒hijo de puta‒ y tits ‒tetas‒.

   ¿Y cuál fue el resultado de ese análisis? Se descubrió un aumento significativo y generalizado de todas esas palabrotas en la literatura desde 1950. En concreto, en los libros publicados entre 2005 y 2008, era 28 veces más probable que apareciera alguna de esas palabrotas que en libros publicados en la década de los cincuenta. Así, «hijo de puta» se usó 678 veces más, «mierda» se multiplicó por 69 y «joder» fue 168 veces más frecuente a mediados del 2000 que a principios de la década de 1950. «Imaginaba que el uso de palabrotas aumentaría, pero me sorprendió que el aumento fuera tan grande ‒28 veces más‒», declaró Twenge para The Guardian.

   Para Twenge y su equipo esta proliferación de palabrotas en la literatura estadounidense es paralela al carácter cada vez más individualista de la cultura y a la relajación de los tabúes sociales. Las palabrotas permiten expresar más libremente las emociones, sobre todo la ira. Es por eso que son una consecuencia de la creciente importancia de la autoexpresión y del individualismo, que enfatiza más el yo y menos las reglas sociales.

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