La vida invisible de Lorenzo Amurri

Antes de fallecer a los 45 años, el escritor italiano Lorenzo Amurri permaneció en una silla de ruedas desde que tenía 26, debido a un terrible accidente de esquí que lo había hecho tetrapléjico, impidiéndole usar sus piernas y obligándole a hacer un uso limitado de sus manos. Inicialmente músico, su experiencia en el mundo de la literatura comenzó ‒como tantos escritores‒ con un blog. Ganó popularidad en 2013, cuando La vida invisible, la novela autobiográfica que cuenta su historia, quedó finalista para el Premio Strega.

«Tengo la cara hundida en la nieve. No siento nada, es como si estuviera dentro de una gran bola de algodón.» Con estas frases arranca La vida invisible. Bueno, antes se ha dado una información aparentemente trivial: «Es casi la hora de comer.» Lejos de la típica imagen de algodón, la nieve se convierte en una trampa mortal que llega a cambiar radicalmente la existencia. Hacía un momento, Lorenzo estaba esquiando junto a su novia Johanna, despreocupado, sin saber que todo eso acabaría convirtiéndose en un pasado lejano, en otra vida. Un tremendo choque contra un pilón de un telesilla y poco después se encuentra en un helicóptero, de viaje a un hospital para ser intervenido en una operación de columna vertebral que dura ocho horas. Resultado: ha perdido la movilidad y la sensibilidad completa del cuerpo en un ochenta por ciento, desde los pezones hacia abajo. Pero lo único que importa son las manos, volver a tocar la guitarra, porque la música es su único consuelo, toda su vida.

Desde cuidados intensivos, pasando por los largos meses de rehabilitación en una clínica en Zurich, hasta el momento de tener que dejar la seguridad del espacio donde pasó la convalecencia y volver al mundo, donde todas las personas y las cosas parecen haberse convertido en gigantes amenazadores. Con coraje y determinación, Lorenzo Amurri relata su regreso a la vida, cómo apernderá a sobrellevar su nueva condición, con un cuerpo que no parece ser el suyo, con el deseo de tocar, de sentir, de reunirse con los amigos, de redefinir el amor hacia Johanna, de recuperar la libertad que el accidente le robó. El cambio no puede ser más radical y el reto más complicado, porque antes de esta terrible experiencia Lorenzo era un personaje fuerte, tremendamente rebelde, que había exprimido la vida al máximo, llenándola de viajes y de experiencias, y con un ambicioso proyecto de futuro que lo convertiría en un músico de éxito. La vida invisible es la historia de un lento ascenso hacia la cumbre, por usar la misma metáfora que aparece en la novela, para recuperar, al menos, la dignidad por vivir.

A lo largo de las páginas vamos asistiendo, de alguna manera, a las diferentes fases por las que atraviesa una persona que se ha enfrentado a una situación traumática según el modelo de Kübler-Ross. En un primer momento, existe una especie de negación en el tono, un tanto aséptico, usado para narrar la historia. Tal vez como una forma de protegerse del sufrimiento, Lorenzo explica todo cuanto sucede de una forma algo mecánica, sin llegar a involucrarse por completo, casi como si fuera un testigo en lugar del protagonista. Algunos momentos se centran en explicaciones excesivamente técnicas, desde las diferentes terapias por las que le iban sometiendo hasta la forma en la que se colaba en el coche, pasando por la explicación detallada del tipo de cama eléctrica que va a comprar. Aunque se describen todo tipo de detalles minuciosos que permiten al lector conocer mejor el estado en el que se encuentra el personaje ‒por ejemplo, cuando tiene escalofríos y la presión aumenta, es posible que tenga que ir al baño o que le duela algún lugar que no siente‒. Sin embargo, durante una buena parte del libro se echa en falta emoción para poder empatizar mejor con la situación.

La etapa de ira y de depresión se desencadena cuando la última esperanza de Lorenzo se disipa: un terapeuta de la clínica de rehabilitación suiza donde está hospitalizado le advierte que nunca recuperará la movilidad de las manos, que no volverá a tocar la guitarra. Esas palabras, afiladas como cuchillas de afeitar, le provocan más dolor que todo lo vivido hasta entonces. A partir de ese momento las emociones se intensifican y la reflexión se centra, sobre todo, en el tema de la autonomía y de la libertad.

Aunque Lorenzo no se enfrenta solo a esta nueva etapa, sino que cuenta con su novia, con su familia ‒su madre, dos hermanas y un hermano‒ y algunos amigos, el estar rodeado de personas que lo aman y que le ayudan a vivir no hace acentuar la situación en que vive. Depender de los demás es, probablemente, lo más doloroso de esta nueva situación. Hay un deseo por afirmar, ante todo, la libertad. De la misma forma en la que lo cuenta Jean-Dominique Bauby en La escafandra y la mariposa, donde el autor ha perdido no ya la movilidad parcial sino total de su cuerpo, el único reino que le queda a Lorenzo es el pensamiento. «La libertad de pensamiento es libertad de movimiento», dirá, y más adelante añadirá: «La fantasía es lo que me mantiene unido a esta vida. La posibilidad de ser lo que quiero, donde quiero y, sobre todo, como quiero. Podría pensarse que es una huida de la realidad, y puede que lo sea. O, mejor dicho, seguramente lo sea […] Me queda la imaginación, donde puedo construir una realidad distinta hecha de las proyecciones de mí mismo en las situaciones que me gustaría vivir, hecha de milagrosas e inexplicables curaciones.»

El tema del suicidio, muy presente a lo largo de todo el libro, no es sino una variante más de la necesidad por reafirmar su libertad. La reflexión es clara: «Mi vida está en manos de otras personas; mi mente debe estar en mis manos. Necesito tener la última palabra, necesito poder decidir si tengo ganas o no de seguir adelante, en completa autonomía». Al igual que relata Ramón Sampedro en Mar adentro, la decisión de morir es realidad la última decisión real que le queda a Lorenzo sobre su propia persona, y de ahí que el suicidio se convierta en una posibilidad tan tentadora.

El final de la historia es la demostración de que para poder reconstruir la vida antes es necesario haber tocado fondo. No estoy dando aquí ninguna clave que no esté explícita en el libro desde el comienzo. Recordemos que su subtítulo es «Memorias de transformación, música y superación». Reconozco que al leer esto prejuzgué la novela y esperaba encontrar un relato de música salvadora al estilo de Instrumental de James Rhodes. Pero aunque la música también es un tema muy presente a lo largo de todo el libro ‒no podía ser de otra forma‒, lo que hace que Lorenzo empiece a levantar cabeza después de haber caído hasta lo más bajo es más bien un episodio que habría que leer en clave simbólica. Como si fuera un cisne, Lorenzo abre sus alas y comienza a emprender el vuelo. Es quizá, lo apresurado de esta transformación final, ocurrida en apenas unas pocas páginas, lo que deja con una sensación de o no haberlo entendido bien o no estar lo suficientemente bien rematada la historia. O, tal vez, una tercera alternativa: que durante toda la novela se hayan estado poniendo los cimientos, de manera invisible, para que se produzca esa especie de epifanía última que demuestra que la vida, a pesar de todo, siempre trata de abrirse camino.

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