En los últimos días, en España, hemos visto cómo los lineales de los supermercados eran arrasados por los vecinos con motivo de un parón en el reparto por parte de los camioneros. Pese a lo absurdo que pudiera parecer, que la población arrasase establecimientos a pesar de estar los almacenes llenos no responde a dinámicas irracionales. Hay motivos racionales para una compra impulsiva, y en este gabinete de curiosidades vamos a explicarlo con algunos ejemplos.

pigmalion

Pensemos en Juan Gómez. Juan es un tipo listo, moderado e informado. Ha leído la prensa y está al tanto del parón de transportistas. Por otro lado, también sabe que es una situación temporal y que no habrá desabatecimiento porque, para cuando se le acabe la comida que ya tiene en casa, más la poca que comprará hoy, ya habrán repuesto de nuevo. En su racionalidad, Juan adquiere la comida que necesita y pasa por caja. Allí se topa con Alberto, su vecino.

Alberto Estévez, no particularmente imaginativo, también es un tipo racional. Tiene un seguro en la casa y todo, no vaya a ser, porque se oyen algunas cosas que… Aunque lo de informarse lo lleva mal. Ha oído que habrá huelga de camioneros o algo así, y mira, mejor prevenir que curar. Así que ha comprado todos los tarros de pepinillos en conserva que ha sido capaz de colocar formando una pirámide en la cinta transportadora de la caja. Aunque desinformada, la postura de Alberto es racional. No está loco, ni le falta un tornillo. Solo le falta información, y con la que tiene lo mejor que puede hacer es hacer acopio de papel higiénico y leche. Y está convenciendo a María.

María Martín acaba de entrar en el supermercado. Como Juan, es una señora bastante comedida y poco dada a los excesos. También está informada y sabe que no habrá desabastecimiento. Lo acaba de escuchar en las noticias. Por otro lado, está viendo cómo gente como Alberto arrasan con el supermercado. ¿Y si no queda leche? ¿Y si mañana no queda pan? ¿Y si gente como Alberto la dejan sin papel higiénico en una semana?

Obviamente, en este punto, la decisión racional es llevarse tantas cosas como pueda, porque es evidente que hay gente que sí podría romper las cadenas de suministro. No porque no haya suficiente, sino porque no hay suficiente para que todo el mundo llene la despensa. ¿Qué hacer? Es evidente, ¡llenar la despensa! ¿Poco cívico? Bueno, pero tanto María como Alberto podrán limpiarse el culo, no como el pringao de Juan. O como Valentina, que está siempre en las nubes.

Valentina Pérez es un poco un caso aparte. Aunque como sus tres vecinos es una mujer racional, también es dada a las ensoñaciones y a imaginar. Empática como es, suele ponerse en el lugar del otro. Esta misma mañana habló con Juan y decidió comprar lo justo. Aunque lleva toda la mañana con el runrún detrás de la oreja, precisamente porque puede imaginar, aunque todavía no lo haya visto, a gente como Alberto. O peor, a gente como Alberto influenciando a gente como María.

Valentina está, como Juan, informada. Pero su gran imaginación la lleva a plantearse que, si existe gente como Alberto, entonces quizá no sea buena idea comprar como Juan. Igual lo mejor es comprar como Alberto o como María, a la que también puede imaginar cambiando de idea al llegar al supermercado. Tras valorarlo unas horas, finalmente sucumbe a su propio Pigmalión y decide llenar el carrito. Se convierte así en su propia consecuencia.

Mientras Juan termina de pasar el último producto en la caja, ve como Valentina entra corriendo con el carrito. Suponía que algo así iba a pasar. Valentina tiene una imaginación desbordante, y aunque desde casa no ha visto ni a Alberto ni a María, sabe que hay gente como ellos. Es completamente racional entrar a comprar lo que se pueda, sabiendo que habrá quien vaya a comprar lo que se pueda, piensa Juan mientras empuja su carrito hacia casa.

Sube, coloca la compra y está a punto de quitarse las zapatillas cuando se da cuenta de que, si los vecinos como Alberto son capaces de influir sobre las vecinas como María, y ambos sobre las Valentinas del mundo, entonces aunque la prensa diga que no habrá desabastecimiento porque los almacenes están repletos, en la práctica lo habrá porque la próxima vez que vaya a comprar no encontrará nada. Saca de nuevo el carro del armario y abre la puerta de casa.

Lo más curioso de todo esto es que no es necesario un Alberto para influir a María. El mero hecho de que Valentina piense que hay un Alberto, ya la convierte en uno a los ojos de María o Juan. De los demás no vemos las intenciones ni los razonamientos, vemos las acciones. A los ojos de cualquier observador externo, Alberto, María, Valentina y Juan (que ha vuelto al supermercado) se comportan como Alberto. No hace falta alguien desinformado, ni irracional, para desabastecer un supermercado. Solo basta que haya gente que piense que habrá gente que lo haga.

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