La deducción lógica a la que todo lector llega cuando lee un libro por vez primera es que el autor se vale de uno o más personajes para enfrentar ciertas situaciones y solventar muchos de los problemas que, en un momento dado le surgen en relación con su entorno y con las personas que lo habitan. No crea el lector que no he meditado mucho sobre este asunto o que quiero dañar gratuitamente al escritor.
El autor gusta de crear tramas y existe en él una obsesiva propensión a involucrarnos en su caótico mundo del que, a decir verdad, casi nunca salimos ilesos. El lector convendrá conmigo en que, en efecto, así es, y que sin duda se trata de una gran injusticia. Ese abuso que se comete por parte del escritor, al servirse éste de personajes que, bien sabe, no sólo le representan a él, también a muchos de nosotros. Nos utiliza. Sí, estoy convencida de ello. Como si de una partida de ajedrez se tratara, va colocando las piezas sobre el tablero, mientras éstas perecen a causa de sus maquinaciones. Coloca a sus adversarios y comienza a mover. A veces es él mismo aquel otro contra quien lucha. Y los lectores entramos al trapo, siempre. Somos las cobayas de sus experimentos literarios. Presenta a uno, a otro y nosotros nos dejamos embaucar…
Bien, pues esto tiene que terminar. No me parece nada ético lo que hacen los escritores para ganarse el pan. Conocer tan bien el mundo interior del lector debería estar penado por ley. Además, resulta cuanto menos sospechoso que ningún centro de investigación científica haya dado a conocer datos y estén siempre dándonos largas con relación al tema. Deberíamos saber ya de dónde proceden sus poderes y qué peligros nos depara para el futuro la existencia de estos seres, que se fingen humanos cuando los lectores sabemos de buena tinta que no lo son. No, no intenten convencernos, los lectores hace mucho que no vivimos engañados. Pero los otros, que tienen la insana costumbre de dar por hecho todo lo que se refiere a esos sujetos y no les interesan los entresijos, detalles y filias que poseen. Pues sepan que son peligrosos. Ellos escriben.
Puede que no sepamos a ciencia cierta todas sus aficiones, sus gustos y perversiones, sólo conocemos algunas de sus manías, pero sabemos lo que hacen. Sus embustes son de sobra conocidos. No son tan listos, han dejado pruebas de todas sus fechorías en todas partes. Sí, sí, abran si no me creen un libro cualquiera y verán que cuanto les comento es cierto, se nos intenta convencer de un hecho, generalmente, por medio de algún personaje. Son muy astutos, no se fíen…
Yo entiendo que el lector no va a ponerse a desenmascararlos él solo. En una situación así, uno teme por la propia seguridad de su mente, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados tampoco, ya está bien de tanta impunidad.
A veces, los lectores nos centramos tanto en analizar la manera en que el autor ha creado su obra, que olvidamos cómo la recibimos quienes nos acercamos a ella. Son muchos los efectos que una obra puede tener sobre el lector, habida cuenta de que su autor siempre termina implicándole a uno en algún espinoso asunto. Piensen en ello.
Por otra parte, se habrá dado cuenta el lector que siempre hay una estrategia en todas las historias. Uno tiene la sensación de que el autor conoce demasiados aspectos de su vida íntima y los conoce tan bien que uno comprende, de inmediato, que le han hecho un seguimiento y luego han plasmado la vida de uno en unas hojas, dejando al descubierto líneas esenciales que desvelan su identidad. ¡No hay derecho! No se puede consentir que los escritores secuestren nuestra intimidad para crear su particular partida de ajedrez. Lo siento mucho, pero habremos de impedirlo. ¿Y qué podría uno hacer contra un escritor?, pensarán los lectores. Está claro, escriban su propia historia.
Den ustedes el paso imprescindible, acérquense al abismo de sus mentes y salten. ¿Pero qué dice, se ha vuelto loco? Sí, bueno, pero de eso ya hablaremos en otro momento. Ahora lo que importa, queridos lectores, es que nos centremos en nosotros mismos, los receptores de la historia, los personajes-cobaya y pasemos a convertirnos en aquellos que escriben. Sé que no les parece una buena idea, pero hágame caso, lo es.
—No, no, no…, de ninguna manera. Responderá el lector (esta reacción debería venir incluida como parte del denominado síndrome de Estocolmo).
Les doy por perdidos, que lo sepan. Continuemos entonces, dejen que les explique a qué se enfrentan. El autor seduce a los incautos, logra que le lean, consigue sumergirles en cada escenario, en cada trama, en cada palmo de la hoja. Situándoles en ese rincón del papel en el cual se transforman en una pieza y, como todo el mundo sabe o debería saber, son muchos, los más peligrosos, quienes se sirven del ajedrez para perfeccionar sus estrategias. Por supuesto, no todos lo hacen bien, sólo unos pocos.
El ajedrez ha sido y aún es un escenario a través del cual el autor decide muchos de los movimientos y acciones de sus personajes. La dama, que es una de las piezas más importantes del tablero, puede desencadenar fuertes discusiones que dan lugar a verdaderas contiendas. Esto lo sabe todo el mundo, así que dejen de hablar y no interrumpan. Perder esta pieza es como perder la propia partida. Ella es el cerebro de la historia y el rey el corazón. Uno puede perder la cabeza y conseguir, sin embargo, permanecer en pie el tiempo suficiente para darle jaque al otro adversario. Pero, cuidado, arrinconar a la dama es como poner en serios aprietos al personaje principal. Su acción queda muy reducida, permitiéndole movimientos propios de una simple torre o de un modesto alfil. En ajedrez, ese lugar incómodo se denomina «rincón del triste».
Ahora ya lo sabe, si alguna vez se decide a escribir en un folio en blanco no olvide situar su reina en un lugar donde nadie pueda arrinconarla. Cambie si es preciso el bolígrafo por una estilográfica o retire el portátil de la mesa y coloque en su lugar la máquina de escribir, pero nunca, nunca coloque a la dama en el rincón del triste, porque habrá echado a perder su obra y, además, lo habrán desenmascarado. Sus páginas revelarán el abuso que usted ha cometido y será un escritor más, que se vale de sus personajes para convencer a los lectores incautos. Y todo se habrá perdido.
No importa mucho que un lector consumado sea un verdadero desastre a la hora de jugar al ajedrez. Tanto si uno puede definirse como un mero aficionado a este juego de estrategia, o como si ha ganado algún campeonato en su más tierna infancia, nada de ello le pronostica un futuro halagüeño como escritor de ficción. Un verdadero escritor lucha contra el lector. Esto es así, asúmalo. Cree adversarios, colóquelos en alguna posición y ante la lucha que establezca con ellos, hable en sus hojas de sentimientos ambivalentes, de piezas enfrentadas, de personalidades y caracteres contrapuestos, pero nunca del lector, no coloque a la dama en una mala posición, a ella no.
Tener sentimientos enfrentados nunca fue exclusivo del escritor, pero esto no se lo confiese al lector en sus escritos, sería imperdonable. Le convertirá en un enemigo irrisorio al que no temerían leer ni los más pequeños de la casa. Háganme caso, enfréntense al lector. Imagínense que poseen un trastorno de doble personalidad que intentan resolver todo el tiempo. Confío en que podrán hacerlo. Jueguen su propia partida. Se acabó.
Imagen vía US Represented
Creo que he quedado confundido.
Ahora lo pensaré dos veces antes de matar a mi personaje.
Jajajaja… Mis escritos siempre son bastante confusos (también para mí) y extensos, pero reconozco que me divierten (y lo harán aún más cuando mejore) ¿No te parece que lo interesante no es tanto el matar al personaje como crear la tensión de un enfrentamiento entre dos o más personajes y conseguir mantenerlo para crear cierta intriga respecto al final? Gracias, Herreiere, por tu comentario 🙂 Un saludo.
Me encanta esa manera de ver la creación literaria, creo que has hecho una explicación maestra. Biquiños!
¡Gracias, Cris! La próxima vez prometo ser más breve 🙂 [P.D.: Ya estoy haciendo el relato de WhatsApp (pero no esperes nada a la altura de los verdaderos artífices de esos guiones: los whatsappeanos, comúnmente llamados usuarios…] Un abrazo.