Dai Congrong con el intraducible Finnegans Wake (foto de The Wall Street Journal)

Dai Congrong con el intraducible Finnegans Wake (foto de The Wall Street Journal)

   Después de terminar el Ulises Joyce estaba tan exhausto que no escribió una sola línea durante un año. Pasado ese tiempo el escritor irlandés se propuso hacer una obra aún más críptica y así nació Finnegans Wake, una novela que tiene fama de ser una de las más incomprensibles de la literatura inglesa. Su oscuridad no se debe solo a la ruptura de las estructuras novelísticas tradicionales, al uso del monólogo interior, a la profusión de referencias literarias o a las innumerables asociaciones libres, Joyce consigue retorcer el idioma hasta quebrarlo casi por completo, dando lugar a una suerte de lenguaje nuevo y personal que ya no es inglés y que es casi imposible de traducir a otros idiomas. Una dificultad que es todavía mayor, si es que eso es posible, si el idioma al que se intenta traducir es el chino.

   Solo así se explica que Dai Congrong, profesora de literatura comparada de la Universidad Fudan de Shanghai, haya invertido los últimos ocho años de su vida para traducir solo un tercio de la novela de Joyce. La propia traductora, cuando aceptó el reto en 2004 y lo comenzó dos años más tarde, era consciente de que se trataba de un trabajo que no realizaba por dinero sino por su amor hacia Joyce, cuyo Ulises, que había sido traducido al chino en 1995, tuvo la oportunidad de leer como estudiante de doctorado en la Universidad de Nanjing a finales de los noventa. En principio la traducción iría dirigida a eruditos, estudiosos y escritores, no al público en general. Sin embargo, el monumental esfuerzo Dai se vio recompensado con una inesperada sorpresa: cuando la traducción fue editada agotó su primera tirada, de 8.000 ejemplares, en dos meses, colocándose en el número dos de la lista de best sellers en Shanghai, como informa The Guardian.

   En el éxito de la novela hay que tener en cuenta dos factores: por una parte, la elaborada estrategia publicitaria que acompañó al lanzamiento del libro y, por otra, por el carácter poco convencional y culturalmente exótico de la obra. Según The New York Times a los lectores chinos les «encanta la forma en que carece de una narrativa y trama coherente».

   Hay que recordar que a día de hoy Joyce se puede considerar prácticamente un recién llegado a China. Durante el mandato de Mao Zedong su trabajo fue rechazado bajo la etiqueta literatura burguesa occidental y, de hecho, Retrato del artista adolescente no fue traducido al chino hasta 1975, un año antes de la muerte de Mao. Ahora bien, eso no quiere decir que no hubiera demanda por parte de los lectores chinos: cuando la versión china de Ulises llegó a las librerías, veinte años más tarde, consiguió vender 85.000 ejemplares en un abrir y cerrar de ojos.

   Para hacerse una idea de cómo es la traducción, baste decir que para la primera frase de la novela Dai ha empleado tres líneas, además de diecisiete líneas de notas a pie de página. De hecho, alrededor del 80% de las palabras requieren notas al pie de página para explicar sus orígenes. A pesar de lo cual, la traducción es bastante más clara y accesible que el original, sin llegar a traicionarlo. A menudo las frases largas se dividen en frases más cortas y sencillas. Un meticuloso trabajo de gigantescas proporciones que Dai está dispuesta a afrontar le lleve el tiempo que le lleve. Si en ocho años ha cubierto un tercio de la obra quizá pueda tener traducida la novela por completo dentro de dieciséis años, tal vez antes animada por la buena acogida que ha tenido la traducción. En definitiva, nada comparado con los treinta años que tardó en traducirse al francés.

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