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   Admito que, como escritor, construyo mundos para que puedas vivir en ellos todo el tiempo que desees. Para que puedas huir a universos diferentes de aquél en el que te ha tocado vivir. No es necesario escapar de la tragedia o del dolor para desear vivir en otra parte. En ocasiones, basta la saturación del día a día para querer replegarte a las páginas de alguna nave espacial o los capítulos de una mazmorra alejada.

   Leer nos permite desenfocar la mente, hacer que se deslice hacia otros planetas y realidades, desacoplar el cerebro de este universo limitado y dejarla vagar por espacios donde las reglas físicas carecen de sentido y la lógica es un juego léxico. Lugares en los que un sentimiento puede manifestar cataclismos y las palabras hacen moverse a los objetos. Espacios de frío ingrávido a la espera de ser colonizados, errantes en una galaxia que solo existe entre dos hojas.

   Comencé a escribir porque la realidad se quedaba corta. Lo admito. El presente es horriblemente tedioso, y echo en falta novelas que me catapulten a una realidad en la que los personajes están asqueados de su presente mientras yo lo devoro satisfecho. Quizá, en algún momento, podríamos hacer un cambio de escenario. Los personajes saliendo del libro y yo introduciéndome en él, convirtiendo el rol del otro en nuestra propia vida. Quién sabe, quizá dentro de 100 años…

   Supongo que es por eso que últimamente solo escribo ficción para dentro de cien años. Futuribles que quizá nunca se cristalicen pero que ansío ver condensados en realidad. Racimos de posibilidades lejanas que parecen colisionar en nuestra trayectoria sin saber seguro si los alcanzaremos en su momento. Quizá pasemos rozando miles de estas historias. Quizá ahora mismo nos encontremos cerca del futuro de algún escritor pasado que miraba hacia delante, hacia nosotros, soñando con poder intercambiarse aunque tan solo fuese un día con nuestra realidad.

   Sospecho que la magia fue creada de este modo. El mundo, al fin y al cabo, parece requerirla constantemente. Pero esta elude nuestra realidad, reptando en los rincones oscuros, los pueblos casi deshabitados y los lugares inaccesibles. La magia y la ficción rodean nuestra vida sin llegar nunca a tocarla, y han contemplado nuestra realidad desde que las creamos en las noches de hogueras, hace ya más de 20.000 vueltas al Sol.

   Los libros son la convergencia de esos sucesos que no existen, que abogamos por crear y que mueren esquivos en las comisuras de la realidad. Pero seguimos escribiendo sobre ellos, por supuesto.

   ¿De qué otro modo podríamos escapar dejando abierta la oportunidad de volver?

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