Shadows from the Walls of Death (Fuente).

Se me disculpará que empiece con un spoiler. Si por un casual no conoces el final de El nombre de la rosa de Umberto Eco te recomiendo que dejes de leer esto ipso facto, que corras a por el libro o a por la película, que te empapes bien de la historia, y que entonces vuelvas. ¿Ahora sí? Pues spoiler al canto. Recordemos que el misterio final al que se enfrentan Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk consiste en un libro mortal, el de Aristóteles correspondiente a la comedia, que causa estragos entre todos aquellos desafortunados que lo leen. Envenenado por el monje benedictino Jorge de Burgos, el libro mata a todos los lectores que se lamen los dedos al pasar las páginas tóxicas. Ahora bien, más allá de la ficción, ¿qué posibilidades hay de que esto ocurra en la realidad?¿Se puede llegar a morir simplemente por leer un libro?

Recientemente investigadores de la Universidad del Sur de Dinamarca estaban trabajando con tres libros extremadamente raros de los siglos XVI y XVII en los que se habían reciclado manuscritos medievales para elaborar sus cubiertas ‒una costumbre, por cierto, muy habitual en los encuadernadores de la época‒. Ante la necesidad de identificar esos textos o, al menos, de leer parte de su contenido, se encontraron con que las tapas de los tres volúmenes eran difíciles de leer porque tenían una capa de pintura verde que oscurecía las letras. Como explica el investigador Jakob Povl Holck y el profesor Kaare Lund Rasmussen en The Conversation, para intentar hacer la escritura más legible, llevaron los ejemplares a un laboratorio para traspasar la capa de pintura y llegar hasta los elementos químicos que componen la tinta.

Lo que el análisis reveló es que la capa de pigmento verde esmeralda era arsénico, una de las sustancias más tóxicas del mundo y cuya exposición puede provocar síntomas de intoxicación como irritación del estómago, irritación del intestino, náuseas, diarrea, cambios en la piel e irritación de los pulmones. Según el tipo y la duración de la exposición podría incluso producir cáncer o directamente la muerte.

El tipo de arsénico usado en las cubiertas de los libros es conocido concretamente como «verde de París» o «verde esmeralda» ‒por su tono similar a la piedra preciosa‒. Este tipo de arsénico se utilizaba con mucha frecuencia en la época victoriana. De hecho, como dice Allison Meier en Hyperallergic, no solo era un ingrediente principal de la pintura y de los tintes verdes sino que se usaba cosméticos, papel tapiz o incluso en juguetes de niños, exponiendo al mismo a familias enteras. Incluso, comenta Lucinda Hawksley en The Telegraph, se rociaban insecticidas con arsénico sobre las verduras o se sumergía la carne en el veneno para evitar las moscas. Aunque los victorianos eran conscientes de que el arsénico era venenoso, muchos pensaban que solo afectaba si se ingería por vía oral. Sin embargo, el arsénico actuaba también por vía respiratoria. Holck y Rasmussen no creen que el pigmento de sus volúmenes fuera usado con fines estéticos sino como un método para protegerlos de insectos y roedores.

Detalle de Shadows from the Walls of Death (Fuente).

A partir de la segunda mitad del siglo XIX diferentes especialistas comienzan a poner de manifiesto los peligros de entrar en contacto con el arsénico. Eso nos llevaría al que puede ser considerado el libro más mortífero de la historia: Shadows from the Walls of Death de Robert M. Kedzie. Y es que contiene casi cien muestras de papel tapiz, cada una de las cuales saturada con niveles tan potencialmente peligrosos de arsénico que podría matarte solo con tocarlo con las manos desprotegidas.

No es Kedzie se propusiera matar a nadie con su libro sino más bien al contrario. Cirujano de la Unión durante la Guerra Civil estadounidense y más tarde profesor de química en la Universidad Agrícola del Estado de Míchigan, en la década de 1870 pasó a formar parte de la Junta de Salud de Míchigan y se propuso crear conciencia sobre los peligros del papel pintado pigmentado con arsénico. Como parte de su campaña, Kedzie produjo cien copias de Shadows y las envió a bibliotecas públicas de todo Michigan. Cada libro es un delgado volumen que contiene poco texto: solo una página de título, un breve prefacio y una nota de la Junta de Salud explicando el propósito del libro y aconsejando a los bibliotecarios que no permitan que los niños lo manipulen. En el prefacio advierte que el arsénico puede matar no solo por «destrucción repentina y violenta de la vida» sino por envenenamiento lento y crónico, una enfermedad misteriosa y prolongada que podría desconcertar al paciente y al médico por igual. Escribió también sobre mujeres que enfermaban y se retiraban a sus habitaciones empapeladas para recuperarse, sin saber que mientras tanto inhalaban «un aire cargado con el aliento de la muerte».

La naturaleza del libro lo ha acabado convirtiendo en una pieza extremadamente rara. De las 100 copias originales, solo quedan cuatro. La mayoría de las bibliotecas, preocupadas por envenenar a sus usuarios, destruyeron sus volúmenes. Una de esas copias se conserva en la Universidad Estatal de Míchigan, almacenada en las condiciones adecuadas. Cada página está forrada con un plástico para que los investigadores puedan consultar el volumen sin peligro. Aún así, la consulta del libro está sujeta a unas condiciones muy concretas: hay que usar guantes, se limita a un tiempo determinado y se pide que se extremen las precauciones. No hay que olvidar que las propiedades venenosas del arsénico se mantienen con el tiempo y que los libros son igual de peligrosos que cuando fueron creados.

Comentarios

comentarios