El congreso de Literatura.

Cuando terminé de leer El congreso de Literatura del argentino César Aira me surgió esa duda que a veces nos acomete después de confrontar un libro y que, dependiendo del contexto, puede ser síntoma de algo o muy bueno o muy malo: ¿qué acabo de leer?

El congreso de Literatura es un libro que tiene poco más de veinte años (publicado en 1997), pero que no ha perdido lo que, imagino, era su idea original: reírse un poco de nosotros. Lo hace desde el inicio, desde el argumento: un científico excepcional pero loco, que para despistar sobre su trabajo utiliza la fachada de escritor y traductor, es invitado a un congreso de Literatura en Venezuela. Nuestro protagonista, por supuesto, es apático a este tipo de concentraciones de egos y manías, pero decide asistir porque ese sería el escenario ideal para echar a andar su plan diabólico para mejorar el mundo: clonar en masa a un hombre superior, a un genio intelectual, a un escritor excepcional, artífice y protagonista del Boom Latinoamericano: Carlos Fuentes.

Creo que Aira se dedica en toda la novela a tomarnos el pelo, a divertirse y reírse de nosotros, sus lectores desperdigados. Solo imagínense contarle esta sinopsis a un amigo para animarlo a que lo lea. Incluso ahorita que la escribo tengo temor de que la historia parezca demasiado burda y que nadie se interese por él. Aun así, con el riesgo de no poderle hacer justicia, creo sinceramente que se trata de una grandiosa novela, y, como siempre, voy a intentar explicar por qué.

Muy a pesar del propio autor, debo advertir que no pude evitar carcajearme varias veces a lo largo de la lectura. Para hacer un mea culpa dejo estas palabras de Aira, que puestas aquí pretenden constatar de que sí estoy consciente del envenenamiento al que lo estoy sometiendo:

Deploro a los lectores que vienen a decirme que «se rieron» con mis libros, y me quejo amargamente de ellos. Lo he hecho en forma oral o por escrito cuantas veces se ha presentado la ocasión. Es un lamento constante en mí, puedo decir sin exagerar que esos comentarios han envenenado mi vida de escritor.

El Hilo de Macuto

Parecerá una cosa superflua, pero el inicio del libro, esa pequeña anécdota (prolegómeno, es la palabra que utiliza Aira) sobre cómo César (porque, para colmo, el científico-loco-escritor se llama igual que el autor) logra destrabar el misterioso Hilo de Macuto es imperdible. Más que la «hazaña» misma de descubrir y desentrañar el misterio del Hilo, lo que resulta fascinante es la explicación que hace el personaje sobre por qué él, y solo él, era el indicado para resolverlo:

Cada hombre es dueño de una mente con poderes que pueden ser grandes o pequeños pero que siempre son únicos, propios de él. Y lo hacen capaz de una «hazaña», banal o grandiosa, que sólo él habría podido realizar. Aquí todos habían fallado porque habían apostado a un simple progreso cuantitativo de la inteligencia y el ingenio, cuando lo que se necesitaba era una medida cualquiera de ambos, pero de la calidad apropiada (…) Todo eso, más la textura de mis días y mis noches desde que nací, me dio una conformación mental distinta de cualquier otra. Y dio la casualidad de que era la necesaria para resolver el problema del Hilo de Macuto; para resolverlo con la mayor facilidad, con la mayor naturalidad, como dos más dos.

Rococó Surrealista

Como esta es la primera novela que leo del argentino no tengo punto de comparación ni forma de establecer qué tanto dista esta novela del resto de su obra, pero si hay algo que me parece poderoso y diferenciador de la mayoría de cosas que he leído es el tono.

Es imposible, creería yo, contar una historia como esta sin encontrar el tono perfecto, que no se quede corto ni se exceda nunca en sus pretensiones de hacer digerible una historia tan extraña.

Aira logra un punto de equilibrio interesante en el lenguaje que se mueve entre la anécdota aventurera, la narración inverosímil y la fábula. César, el personaje y narrador de la historia, lo mismo se detiene a recordar amoríos pasados como a zambullirse en contundentes reflexiones sobre la ciencia, la vida o la nostalgia, con una constante predisposición al «rococó surrealista». En algún punto, de hecho, él mismo lo explica:

Pero en mí es fatal esa manía de agregar cosas, episodios, personajes, párrafos, de ramificar y derivar. Debe de ser por inseguridad, por temor a que lo básico no sea suficiente, y entonces tengo que adornar y adornar, hasta una especie de rococó surrealista que a nadie exaspera tanto como a mí.

De hecho, en este punto —en esa tendencia hacia lo barroco— coinciden los dos César, el autor y el personaje-narrador, según se puede ver en un extracto de esta entrevista:

Como la invención mía es tan barroca, no podría agregarle un barroquismo del lenguaje porque sería una superfetación. Para servir a esa imaginación un poco desbocada que tengo, se necesita una prosa lo más llana y simple posible.

Creernos sus mentiras

En eso se basa toda la dinámica de la ficción, ¿no es verdad? Compramos una novela sabiendo que estamos comprando un montón de mentiras y esperamos que logren convencernos por un rato de que ese mundo realmente existe. Esperamos que esas mentiras estén tan bien amarradas, y tengan tanta consistencia, que terminen creando sus propias leyes y lógicas internas.

En El congreso de Literatura Aira tira por la borda este contrato tácito entre el escritor y el lector en más de una ocasión. Solo para poner un ejemplo: ¿cómo es que César, siendo pobre, logra volverse un portentoso científico y crear una máquina clonadora?, ¿con qué dinero?, ¿en qué momento? Sin duda el personaje es un genio con todas las credenciales, pero para hacer/entender la ciencia se requiere dinero, y si no al menos tiempo, que al final de cuentas también significa dinero.

Pero a Aira le creemos esas mentiras, nos las tragamos, porque logra llevarlo a otro nivel, contándonos una historia empedrada y evidentemente falsa, pero que contiene a un personaje profundamente humano, cargado de amores indelebles, un matrimonio fracasado o simplemente sueños rotos.

El congreso de Literatura es una novela rápida, limpia y muy ingeniosa, que conecta con el lector gracias a su trama intratable y su lenguaje llano, pero que además nos recuerda que la Literatura siempre estará llena de posibilidades. La mayoría de ellas todavía inexploradas.

Comentarios

comentarios