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Escribir es difícil. No es solo cuestión de escribir bien, que también. Si lo logras, todavía te quedará la tarea de conseguir lectores y vender tu obra. Y lo peor es que aunque hayas conseguido todo eso, ni siquiera tendrás garantizado un ingreso económico digno que te permita ganarte la vida con la escritura. Hablo, por supuesto, de la escritura de ficción. No es que yo vaya ahora a vender fórmulas mágicas, pero quién diría que un guionista de cine o de televisión o que un periodista no se ganan la vida escribiendo. Es más, desde hace unos años el terreno de la no ficción, en concreto el copywriting, ha demostrado ser una nada despreciable fuente de ingresos y no son pocas las personas que se han subido al carro.

Sin embargo, en la ficción es distinto. Víctor Sellés puso hace tiempo las cartas sobre la mesa con un artículo en el que saca a relucir cifras: «Esto es más o menos lo que cobra un escritor promedio de nuestro país al año por novela: Menos de dos mil euros, y eso solo si logra agotar la tirada. Sigamos con las risas. ¿Cuántos libros tendría que vender un escritor para poder cobrar un salario mínimo (e indigno, de supervivencia) de 15.000 euros al año? Pues muy sencillo: más de 13.000 libros. Una tirada que para la mayor parte de escritores suena a broma». Claro que hay escritores que consiguen vivir de la escritura pero son los menos ‒y ya ni hablemos de los millonarios‒.

Y, a pesar de todo eso, la escritura de ficción debe ser considerada un trabajo. Esto nunca se repetirá lo suficiente, porque en el ideario colectivo existe el lugar común de que la escritura de ficción es algo con lo que nadie puede ganarse la vida y que, por lo tanto, no merece mucho más que una remuneración simbólica ‒cuando el escritor no tenga que conformarse simplemente con ver cómo su trabajo llega a un gran número de lectores y santas pascuas‒.

Hace algún tiempo Ester Bloom publicó un artículo en The Billfold titulado «No puedes ganarte la vida como escritor porque ser escritor no es un trabajo». Bloom parte de un caso en concreto, el de Merritt Tierce, cuya primera novela, Que me quieras, fue un absoluto éxito literario que le valió el Premio Steven Turner al mejor debut, además de ser finalista en el PEN | Bingham, de recibir elogiosas críticas por parte de diarios como The New York Times ‒que la calificaron como una de las voces más afiladas y prometedoras de la nueva narrativa estadounidense‒ o de ser considerada el mejor debut de 2014 por cabeceras como The Chicago Tribune y Electric Literature. Tierce renunció a su trabajo para dedicarse por completo a la escritura de ficción, apoyada por los adelantos que la editorial le había dado de su libro y por el sueldo de su marido. Sin embargo, años más tarde, tras seguir sin sacar un segundo libro, descubrió que no era posible vivir de la escritura y volvió a buscarse un trabajo que le permitiera pagar sus facturas.

Bloom también habla de escritores que compaginaron la escritura con trabajos que se supone que son de verdad ‒¡algunos muy curiosos!‒, como Kafka, Dickens o Nabokov. De hecho, a lo largo de la historia han sido muchos los escritores que han trabajado y trabajan como profesores, editores o algún otro oficio relacionado con el mundo del libro, al mismo tiempo que obtienen ingresos de la escritura. A estos, además, se le pueden añadir los autores con suficiente dinero como para no tener que preocuparse por trabajar o con una vida lo suficientemente miserable como para que el trabajo sea lo de menos. Ahora bien, ¿no sería injusto decir que autores que tenían trabajos no relacionados con la escritura escribían como un pasatiempo? Dickens o Nabokov, por mencionar a los escritores que nombra Bloom, construyeron sus vidas enteras alrededor de la escritura y en cuanto llegaron a vender lo suficiente como para dedicarse a ella a tiempo completo lo hicieron ‒el caso de Kafka es diferente porque apenas publicó en vida y murió joven y casi desconocido‒.

El mensaje que se pretende transmitir con todos estos ejemplos es que ser escritor no es un trabajo y que escribir es algo que haces porque te gusta. De ahí a decir que si eres lo suficientemente bueno te puedes ganar algún dinerillo hay extra o que no hace falta pagarte hay solo un paso. ¿Quién te iba a dar dinero por desarrollar una afición? Pero el hecho de que escribir sea difícil y de que haya muchísimas personas haciéndolo gratis o por cantidades de dinero irrisorias no significa que no sea un trabajo. Ser un atleta profesional o un cocinero de primer nivel no es fácil, y aunque son muchas las personas que practica deporte o que cocinan como pasatiempo, nadie dudaría en calificarlos de trabajos.

El punto está, lo dice Lincoln Michel en un artículo de Electric Literarure, en que algo puede ser un trabajo incluso si no se paga muy bien. Puede que la escritura represente una mínima parte de ingresos para una persona, tal vez tenga que completar esos ingresos con otra dedicación, pero aún así debería considerarse como un trabajo. Y lo que es más importante: si ese trabajo está generando dinero para otras personas, como editores, revistas, o lo que quiera que sea, debería estar bien remunerado. Mientras la escritura se considere algo divertido, un simple pasatiempo, ¿cómo puede esperar el escritor que se le pague por su trabajo? Ese pensamiento es, precisamente, el que hace que los escritores sean explotados pagándoles con difusión en lugar de con dinero en metálico. Michel pone el ejemplo de los ilustradores. Tanto revistas como editoriales suelen pagar más a los diseñadores y a los artistas visuales que a los escritores por el simple hecho de que los primeros no regalan su trabajo y saben que si quieren algo de calidad lo tendrán que pagar bien.

Esto no significa que no se pueda o no se deba escribir solo porque te gusta, gratis o esperando recibir únicamente algo de difusión. Yo mismo he publicado cientos y cientos de artículos en La piedra de Sísifo sin esperar nada a cambio. Es comprender que lo más normal es que un escritor necesite un segundo trabajo, que a veces ese trabajo puede estar relacionado con la literatura o con la escritura de no ficción y otras veces no, pero que incluso si tu último lanzamiento no te da más que para pagarte una cena, hay que seguir considerándolo un trabajo. Como dice Lincoln Michel, «si tratamos la escritura como algo que solo se puede hacer como un pasatiempo secundario, entonces solo tendremos escritores que puedan permitirse un pasatiempo adicional». Sí, escribir ficción es un trabajo, incluso aunque no esté bien pagado, y por eso hay que considerarlo como tal.

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