A menudo se dice o se considera que la Historia la escriben los vencedores; no necesariamente lo creo así, puesto que la Historia en muchos casos también la escriben los oportunistas. Y como vemos últimamente, en diversos medios de comunicación aparecen dirigentes políticos cuestionando, incluso, dando afirmaciones por sentadas, en lo referido a acciones que llevaban a cabo determinadas clases sociales para un fin u otro. Y como si fueran avezados para hablar de historiografía, a veces con una frivolidad y otras desde la pedantería, colorean la historia según su antojo. Como es sabido, en el panorama político abundan demasiados oportunistas.  Por eso hay una mayor facilidad en determinados líderes políticos a disertar, expresar o afirmar sin ecuanimidad ninguna,  acerca de la repercusión de movimientos sociales, revoluciones, armisticios, plebiscitos, logros políticos y fracasos históricos. Y es que, rara vez, cuando se habla bajo los colores de un partido político puede haber objetividad; de modo que, PSOE, PP, Cs, Vox y Unidas Podemos tienen legitimidad para hablar del pasado en sus variadas formas, como no podía ser menos, pero no a confrontar ni categorizar si los vencedores o vencidos eran los buenos o los malos.

Pongamos un ejemplo de ello: los separatismos. Cualquiera de los partidos mencionados puede sostener que el nacionalismo vasco tiene fundamentación en Bildu; cuando es rotundamente falso, porque el nacionalismo vasco tiene su génesis en Agustín Chaho, en Serafín Olave y en Sabino Arana. Éste último, creador, junto a su hermano, de la ikurriña. Estos ideólogos defendían sus pretensiones a finales del siglo XVIII. Así que no es nada nuevo el tema.  Los mismos partidos que antes hemos mencionado también pueden venir a decirnos, por el contrario, que el nacionalismo catalán tiene su simiente en la reclusión que hizo Franco al prohibir la lengua catalana, al enjuiciamiento para quien la hablase y el hostigamiento a todo lo relacionado con la cultura autonómica; y por lo cual hay un rencor permanente hacia el Estado. Lo que también es absolutamente falso. Porque el nacionalismo catalán fue cimentado por Valentí Almirall, Eduardo Dato, Prat de la Riba y por el líder del primer partido independista catalán, Francesc Macià, en la primera mitad del siglo XX. Por otra parte, pongamos otro ejemplo de cómo se puede difuminar el pasado en algunos sectores de la izquierda, que, apelando por un feminismo, acusan a la sociedad de vorágine patriarcal, como si el hombre fuera el culpable de todos los males. Algunos izquierdistas no conocen quién fue Fernando de Castro: un hombre adelantado a su época que creó en 1870 la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Y junto a Bartolomé Cossío y Giner de los Ríos que constituyeron la ILE (Institución Libre de Enseñanza) se creó la igualdad de oportunidades. De modo que no siempre el hombre ha sido el malevo de la película, porque ha habido hombres –hubo y hay– al igual que mujeres, que beneficiaron su época, mejorando la sociedad de sus días y haciendo que las clases populares lograsen derechos y libertades. Otro ejemplo de la tergiversación de la Historia que acomete la derecha y la izquierda son los logros económicos alcanzados durante el régimen del Caudillo; lo que convirtió a España en la octava potencia en los cimientos de la autarquía. Sí, las tres etapas del franquismo experimentaron gradualmente avances económicos que garantizaban la sanidad, el desarrollo de infraestructuras y las pensiones. Ello se debe a que España no tenía subordinación con bancos extranjeros, porque no existía el Banco Central Europeo o la OCDE y a cuyas entidades financieras se le tuviera que devolver ningún capital; y además de ello también por el férreo control en la gestión pública. Y con esto no quiero decir que me postule a favor del régimen del dictador; simplemente es un hecho histórico que, entre toda la reclusión, el carácter punitivo de las condenas a los reos, la denigración de los derechos, la censura y las desigualdades sociales, digo pues, que es un hecho histórico que el franquismo hiciera logros económicos a medida que, por ejemplo, Arias Navarro y sucesor del Caudillo, tuviera una visión más aperturista para el país. Pues bien. Sucede que sectores políticos maquillan la historia negando que tal cosa haya sucedido, obstruyendo el pasado y sus causas nobles y oscuras, para dar una versión que les agrada contarnos a la ciudadanía. Y si el pasado choca con sus convencionalismos, con sus ideales, con sus dogmas, lo colorean según sus gustos para dar una explicación fenomenológica acorde a las disertaciones que les resulten más idóneas. Otro ejemplo de ello: la crisis sistémica de 2008 que la derecha culpa a la izquierda, con aquello de “los brotes verdes”, con la pasividad de Zapatero para refrenar lo que se venía encima y el poco control en la gestión pública. También es una falacia, porque la crisis económica despunta por el exceso de crédito, por la postración de la economía planetaria basada en el consumismo, en la globalización y en la interconexión de los mercados, dado que si un país se desploma otros colateralmente lo hacen con él provocando un crash económico. Otra negación del pasado reciente que vocean los meapilas del sector de la derecha son los paliativos a la crisis de estos últimos años; y que ésta ha creado empleo, evitado un rescate de la UE y subsanando el déficit. Cuando, quien tiene sentido común, sabe que es una falacia muy grande, debido a la lacra que dejó la legislatura de Rajoy y que agravó más la deuda pública dejando parte de ella, por la austeridad y la corrupción.

Cuando es posible, como vemos, algunos partidos políticos se apropian del pasado para contarnos sus novelas, puesto que la información es un gran poder; y ejemplos de cómo se difumina la historiografía  a manos de sectores políticos podríamos poner muchos. El asunto en cuestión es complejo. Y esos edulcorantes que arrojan las formaciones políticas a la historia, al pasado reciente, origina más división, más conflictos, mayor complejidad para entender lo que somos, una mayor cerrilidad a la hora de  dilucidar la memoria histórica –necesaria en todo país democrático–; y los ciudadanos no tenemos que resignarnos a que los partidos políticos utilicen el pasado como herramienta instrumental para hacer electoralismo, para dar pequeñas pinceladas y escribir las crónicas a la comodidad suya. Porque el problema de fondo no sólo es pervertir el pasado, sino el poco conocimiento que dispondrán las nuevas generaciones para entender, razonablemente, el corazón de los mitos, las claves, las leyendas y el ADN de nuestro país. Entre otras razones, porque el pasado es un patrimonio y, como tal, es una propiedad común.

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