La novela del buscador de libros de Juan Bonilla

En una entrevista a El País de 1981 Jorge Luis Borges, que disfrutaba hablando con sentencias, afirmó: «Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados». Para a continuación, eso sí, en un giro borgiano, poner en duda su propia existencia. Si nos quedáramos solo con la primera parte de la fórmula, la de ser los autores que hemos leído, habría que admitir que Borges, que parecía haberlo leído todo, tendría una personalidad bastante compleja. Lo mismo podríamos decir de Juan Bonilla, aunque en su caso, además de leídos, podríamos añadir los libros buscados. Si de citas se trata, el autor gaditano dejó escrita esta que nadie tiene que envidiarle a los aforismos borgianos: «No recuerdo un día en que no haya buscado libros». Teniendo en cuenta que Bonilla nació en 1966, solo con que fuera verdad la mitad de la cita ya serían muchos libros.

En Enfermos del libro Miguel Albero habla de la diferencia entre un bibliófilo y un bibliómano. El primero ama los libros con todo su corazón, siente por ellos uno de esos amores de verano adolescentes con la diferencia de que no se disipan con la llegada de septiembre; ser bibliómano consiste en dar un paso más, es cuando esa pasión se convierte en locura, la mayor parte de los casos una locura suave, amable, por utilizar la terminología que Nicholas A. Basbanes usa en su ensayo A Gentle Madness. Pero locura al fin y al cabo, en el momento en que se convierte en una obsesión que condiciona tu vida, porque se convierte en sí mismo en una forma de vivir, y que puede llegar a considerarse malsana ‒más de un tipo se arruinó por completo en pos de alimentar su biblioteca‒. Se podrá desarrollar cuanto se quiera el concepto de bibliomanía, pero para comprenderlo de verdad, no desde un punto de vista teórico sino desde la práctica, para ver a un bibliómano en acción, para escucharlo de primera mano, pocos libros me he encontrado más recomendables que La novela del buscador de libros de Juan Bonilla, bibliómano de pro.

Contrariamente a lo que se podría pensar al ver el título ‒yo mismo llegué al libro llevado por este error‒, el volumen no es una novela, sino una especie de memoria desordenada formada por anécdotas, recuerdos, pesquisas, y muchos libros y librerías. Si alguien puede ser los autores que ha leído, y se le pueden añadir los que ha buscado, este libro debería catalogarse de autobiografía, pues no se me ocurre una descripción más exhaustiva de un amante de los libros. No biografía al uso, eso sí. No se espere aquí un detalle cronológico de acontecimientos de atrás hacia delante.

El libro de Bonilla es como entrar en una librería de segunda mano y ponerse a rebuscar en una montaña de libros. Es desordenado y azaroso, pero lleno de grandes y afortunados descubrimientos. Es como ir a la caza de un libro, que nunca sabes lo que te vas a encontrar, que el libro buscado probablemente no lo encuentres, pero lo más probable es que salgas de la librería con una o dos joyas inesperadas bajo el brazo. Al fin y al cabo, una biblioteca es un ser vivo que está permanentemente en crecimiento. Cuando te alzas victorioso con uno de esos volúmenes ansiados siempre aparecen una decena o una veintena más. Es como cortarle una de las cabezas a la Hidra de Lerna. Toda biblioteca es virtualmente infinita. Siempre hay un nuevo volumen por conquistar.

El ensayo comienza con los primeros pasos de Bonilla en la búsqueda de libros, como adolescente y aficionado a la poesía, tratando de cazar libros en las pocas librerías que había en el Jerez de su infancia. Uno de sus primeros grandes descubrimientos fue La novela de un literato de Rafael Cansinos Assens, uno de esos libros que es puerta a muchos otros libros, porque le permitió conocer a una gran cantidad de escritores hasta ese momento desconocidos. Cada uno de los breves capítulos que componen La novela del buscador de libros se centra en algún aspecto de su vida como bibliómano. Por sus páginas desfilan muchos de los escritores que le obsesioaron en algún momento o que le siguen obsesionando a día de hoy, como el poeta gaditano Julio Mariscal, Fernando Quiñones, Bukowski o Papini. No importa si son autores ya consagrados por la historia de la literatura o por escritores de segunda fila, o por olvidados, para Bonilla todos son igualmente atractivos.

Bonilla nos cuenta cómo localizó un libro en Coimbra, que buscaba uno de sus amigos, a través de un conocido que vivía en Lisboa; o cómo cambió una primera edición del Romancero Gitano de Lorca por una primera edición de Camino, de Escrivá de Balaguer, fundador del Opus; cómo recorría todas las librerías de viejos sevillanas, incluyendo esa especie de Biblioteca de Babel que era la de Abelardo Linares; sus visitas a las librerías más singulares de Hispanoamérica, con mención especial a una librería-burdel de Bogotá, o por la gigantesca Strand de Nueva York, o por ferias del libro antiguo de España; nos habla de la importancia de las cubiertas o de las extravagantes revistas de poesía vanguardista; o de cuando tuvo que vender cuatrocientos libros de su biblioteca porque pasó por una estrechura económica; nos confiesa su obsesión por tener todas las ediciones de Lolita de Nabokov del mundo; o hace una encendida defensa del libro de papel frente a los nuevos soportes digitales.

Bibliomanía en vena, vaya. De lectura obligada para todos aquellos que amen los libros. Lleno de anécdotas y curiosidades de digestión rápida. Absténganse aquellos que no profesen un amor sincero y profundo por los libros.

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