Hoy en día la mayor parte de los perros del mundo occidental se utilizan como animales de compañía. Y digo mundo occidental porque en Asia se comen cada año de trece a dieciséis millones de perros, lo que supone un 4% de la población de perros mundial. En cambio, aquí, como mucho hacen las veces de guardián o de guía o también pueden ayudar a la policía o en tareas de rescate o en la caza, pero poco más. Sin embargo, no siempre ha sido así en Europa. En la Inglaterra del siglo XVI los perros se utilizaron para un propósito muy específico y que ahora nos haría llevarnos las manos a la cabeza: servir de motor para uno de los aparatos de la cocina, el asador giratorio.
El asador giratorio era un artefacto concebido para cocinar grandes trozos de carne de manera uniforme. Para ello era necesario girar el asador entre 40 y 80 minutos por kilo dependiendo del tipo de carne que se estuviera cocinando, hasta que quedara completamente cocida. Ni que decir tiene que para asar un cerdo adulto entero era necesario un buen rato y el tedioso y agotador trabajo de darle vueltas a una manivela durante todo ese tiempo. Esta detestable labor solía ser encomendada a niños, aunque si el asador era muy grande se encargaba un adulto. Se trataba de un trabajo muy duro y, ya lo realizaran niños o adultos, era muy frecuente que la persona que lo hacía acabara, además de agotado, con quemaduras. A veces se les obligaba, incluso, a vestir un uniforme determinado, aunque durante la época Tudor en algunos lugares se les permitió desempeñar este trabajo desnudos e incluso se les dejaba orinar en la chimenea.
En algún momento durante el siglo XVI alguien tuvo la idea de sustituir a las personas por perros, que tenían la ventaja de trabajar más horas sin descanso, quejarse menos y cobrar solo con comida. Hubo que cambiar todo el mecanismo del asador giratorio, sustituyendo las manivelas por una pequeña rueda que sería girada por el perro mientras caminaba. Cualquier perro no valía porque debía tener el tamaño exacto, así que se creó una raza de perros específica para esta labor, el turnspit ‒que se traduce literalmente como asador giratorio‒, en la actualidad extintos. La manera en la que se solían describir tampoco era muy amable: se dice que eran perros feos de cuerpo largo y patas torcidas, con mirada sospechosa e infelices por su aspecto. A menudo, se representaban con una franja blanca en el centro de la cara.
Estos perros no eran considerados mascotas sino un instrumento más de la cocina, y se les trataba en consonancia a ello. Además de las largas y extenuantes horas de trabajo en el asador giratorio solían ser maltratados por sus dueños. Por ejemplo, un método habitual para enseñarles a hacer funcionar el asador giratorio a la velocidad correcta era lanzarles un carbón caliente en la rueda cada vez que el perro iba demasiado lento.
Además de dar vueltas en la rueda estos perros tenían otra curiosa función: servir como calentadores de pies en las iglesias. Una historia de la época cuenta que durante una misa el obispo de Gloucester daba un sermón y dijo «Fue entonces cuando Ezequiel vio la rueda …» y ante la mención de la palabra «rueda» varios perros que estaba en la iglesia calentando los pies corrieron hacia la puerta.
A partir del siglo XIX asadores giratorios accionados por perros son sustituidos por máquinas a vapor y finalmente la reina Victoria prohíbe su uso y declara que el turnspit solo pueda ser usado como animal de compañía. Paradójicamente, esto supuso la extinción de la raza a finales del siglo XIX, algo bastante previsible teniendo en cuenta que a todo el mundo le parecía un perro feo. Lo único beneficioso de este bochornoso episodio histórico es que lo ocurrido con estos perros inspiró a Henry Bergh para fundar la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales, que salvó a innumerables animales de situaciones de abuso y crueldad.
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