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No es ninguna novedad. A lo largo de la historia los libros han sido un símbolo de refinamiento intelectual, y por qué no decirlo, también de ostentación cultural. Ese conjunto de hojas de papel, normalmente impresas y unidas por uno de sus lados con una encuadernación que forma un solo volumen, bien se puede considerar como un objeto no estrictamente imprescindible para la supervivencia ‒o no, al menos, en condiciones normales‒, pero que da un enorme placer. Eso bastaría para considerarlo un artículo de lujo.
Cuando hace algunos meses aparecieron fotos de modelos llevando libros, surgió el debate de si estos podrían llegar a considerarse un complemento. Esta cuestión es menos frívola y superficial de lo que podría pensarse a simple vista. Con la aparición de los libros digitales, leer en papel es algo todavía menos necesario. Uno puede descargarse cualquier libro en pocos segundos en un Kindle y disfrutar, si se quiere, de una biblioteca completa en el bolsillo. Sin embargo, los libros en papel ofrecen otra cosa. Algo que podría calificarse de sensual: la sensación satisfactoria de pasar la yema de los dedos y notar la rugosidad de las páginas, el poder sugestivo de una buena cubierta, la posibilidad de hacer tuyo el libro subrayándolo, anotándolo o incluso doblando el papel. En un mundo digital, los libros impresos quizá no sean la forma más eficiente de consumir literatura, y sin embargo algo nos atrae de ellos, con la misma fuerza con que nos dejamos cautivar por un cuerpo desnudo.
¿Son un lujo los libros? Según Business of Fashion, en los tiempos que corren la libertad se ha convertido en el nuevo artículo de lujo. En una sociedad hiperconectada, que ha convertido el estrés y la prisa en estilos de vida, la libertad de tiempo o de poder moverte de acá para allá se han convertido en algo mucho más valioso que los bienes materiales caros o lujosos. En 2013, Vogue planteaba un concepto de lujo mucho más amplio, afirmando que la tendencia a idenfificarlo con la riqueza y los artículos caros corresponde a una concepción mucho más antigua.
En un sentido amplio del lujo, entonces sí, los libros pueden considerarse artículos de lujo. Cuando en un transporte público vemos a todo el mundo pendiente de sus móviles y entre la multitud aparece alguien leyendo un libro de papel, esa persona nos está transmitiendo un mensaje. Aunque no lo manifieste abiertamente, esa persona está reivindicando su libertad, más allá de las novedades y las modas, para elegir lo artesanal ‒por más que el libro no esté hecho a mano‒ por encima de la eficiencia digital. Las marcas de lujo clásicas han empezado a entender esto y el año pasado, por ejemplo, Gucci abrió una librería en una de sus tiendas en Nueva York.
El nuevo concepto de lujo no requiere demasiado dinero, sino solo un cierto refinamiento. Al igual que alguien que lleva un pañuelo de seda Hermès o unos zapatos de tacón de Christian Louboutin nos transmite un mensaje, ver a alguien con un libro en las manos también nos da una información muy valiosa sobre esa persona. Nos está indicando que pertenece a la selecta tribu de lectores de papel. Que siente un amor incondicional hacia ese objeto lujoso e innecesario que llamamos libro.
Yo vi una muchacha muy joven leyendo un libro en un transporte público. No me pude contener y le pregunté el título. Ella con una sonrisa en lugar de hablarme, me mostró la tapa y señaló el título. Le agradecí y bajé en la próxima parada. Y sí; la muchacha resaltaba entre tanta gente dando «me gusta» a las publicaciones de su Facebooks. Hermoso artículo.