El cuento de la criada de Margaret Atwood

Una de las formas más inquietantes de la ciencia ficción es la literatura de anticipación porque traza en la realidad las posibilidades del golpetazo ficticio. Se nos advierte, al ver nuestro propia imagen en un espejo distorsionado, en qué nos estamos convirtiendo si todo se mantiene como hasta ahora. Sorprendidos y aterrados a partes iguales, empezamos a reconocernos. Es un enfoque que comparten algunas de las novelas más importantes del género, como 1984 de Orwell, Un mundo feliz de Huxley, Farenheit 451 de Ray Bradbury  o, incluso, La naranja mecánica de Burgess.

Hay otro detalle que también comparten esas cuatro novelas y que dan un cierto respiro. Aunque terrible, la sociedad que describen es lo suficientemente distinta a la nuestra, lo suficientemente lejana en el tiempo, como para sentir la sensación de apremio. Ahora bien, imaginemos que ese futuro distópico que se muestra toma como materia prima nuestra actualidad, los acontecimientos que ya han empezado, que se están desarrollando y que únicamente se extienden un poco más, hasta llegar a lo que parece su conclusión lógica e inevitable. Imaginemos una ficción que no basa en intuiciones ni se desarrolla en escenarios hipotéticos sino que parte de hechos documentados y declaraciones públicas. Este ha sido uno de los detalles, sospecho, que ha convertido El cuento de la criada de Margaret Atwood en una de las historias valiosas de las últimas décadas.

Lo que se fragua en la novela de Margaret Atwood es una revolución social y sexual, o más bien habría que decir antisocial y antisexual. Tomando como punto de partida el Génesis 30:1-3, donde Raquel exige un hijo de Jacob a través de su criada, la escritora canadiense crea un mundo en el que la tasa de natalidad se ha reducido de manera alarmante, lo que ha obligado a tomar medidas bastante extremas para cambiar la situación.

En un estado distópico, la república de Gilead, una narradora femenina cuyo nombre desconocemos, porque hace tiempo que los nombres fueron sustituidos por sucedáneos en los que solo importan la pertenencia a un hombre, nos cuenta su vida como criada (que no es sino un eufemismo de esclava) en la casa de un Comandante, los autoproclamados guardianes morales de la nación. Su única función es la de engendrar un hijo para el Comandante y para su esposa, que es estéril. De hecho, todas las mujeres fértiles han sido capturadas y obligadas a desempeñar el papel de engendrar hijos para la élite gobernante. El rígido adiestramiento al que las criadas son sometidas es la forma que existe en esta sociedad de borrar todo rastro de cualquier tiempo anterior en el que hubiera vivido con normalidad y de sentar las bases para que las futuras generaciones acepten el sistema tal y como ha sido concebido. Cualquier atisbo de pensamiento contrario al régimen es cortado de raíz a través del encarcelamiento o del asesinato. La única actividad externa que pueden permitirse las criadas es comprar comida, aunque cada una de esas salidas están cuidadosamente controladas y al acabar tienen que volver de forma inmediata a su habitación. Las criadas no pueden tener dinero, trabajar o leer. Sus derechos han sido abolidos por la teocracia dominante tomando las Escrituras como pretexto. La radio, la televisión o el cine también han sido prohibidos. El café, el té, el tabaco o los cosméticos también les están prohibidos, aunque no así para los altos mandos. Las ejecuciones son frecuentes, la economía se tambalea y la policía secreta está por todas partes. Cada mujer tiene una categoría que se identifica por su forma de vestir, que en las criadas es el característico hábito rojo y una toca blanca que hace de antiojeras, al estilo del atuendo de las monjas.

El nombre que conocemos de la protagonista es Defred, que no significa otra cosa sino que es propiedad de Fred. A pesar de que todo alrededor de ella está pensado para minimizarla, Atwood ha tenido el acierto de crear un personaje atractivo, lleno de energía. De ella sabemos que tenía familia, una hija pequeña que fue secuestrada y un marido que supuestamente fue ejecutado, mientras intentaban cruzar la frontera hacia Canadá. También tiene una madre cuyo paradero desconoce y una amiga feminista, que parece haber desaparecido sin dejar rastro. Cada criada tiene tres años para engendrar un hijo sano para un Comandante y en caso de no cumplir con las expectativas será enviada a las colonias, donde las mujeres infértiles se utilizan para limpiar desechos tóxicos o, en el mejor de los casos, para trabajar en granjas. La tercera opción, menos conocida, es la de acabar en un burdel, lo que demuestra la hipocresía de un sistema que tiene mucho de fantasía sadomasoquista.

Con circunstancias propicias, cada uno de los desmesurados cambios de la novela podrían implementarse de la noche a la mañana. El mecanismo legislativo ya está en funcionamiento, las redes de comunicación establecidas y existen grandes sumas de dinero disponibles para los defensores de tal sistema. ¿Qué pasaría si se nos quitaran todos nuestros derechos constitucionales? ¿O si a las mujeres se les prohibiera leer y escribir? ¿Qué pasaría si cada minuto de nuestras vidas fuera monitoreado por el gobierno? ¿Si las redes sociales y los teléfonos celulares estuvieran completamente prohibidos? Tal vez parezcan situaciones impensables, pero lo cierto es que cuando Atwood escribió su novela en 1985 ese escenario parecía todavía más imposible que hoy en día.

Si El cuento de la criada está tan de moda no es porque se haya convertido en una de las series del momento, sino que es porque el oscuro y terrible mundo que describe podría estar a la vuelta de la esquina. En 1978, solo unos años antes de que la novela fuera publicada, Isaac Asimov escribió: «Los escritores de ciencia ficción ven lo inevitable, y aunque los problemas y las catástrofes puedan ser inevitables, las soluciones no lo son. Las historias de ciencia ficción individuales pueden parecer triviales ante los ojos de los críticos y filósofos de hoy en día, pero el corazón de la ciencia ficción, su esencia, se ha vuelto crucial para nuestra salvación si es que podemos salvarnos». Si tenemos alguna salvación quiero pensar que está en novelas como la de Margaret Atwood.

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