La historia de los bribones y granujas está llena de nombres masculinos, pero esta no es sino una más de las injusticias de una visión desmesuradamente patriarcal. La ignominia y la vileza no es territorio exclusivo de hombres. Uno de los capítulos más canallas en el libro de la infamia fue protagonizado por la bellaca Julie d’Aubigny, más conocida como La Maupin, espadachina, cantante de ópera y la celebridad bisexual más célebre de la Francia del siglo XVII. Su vida fue un torbellino de duelos, seducción, robo de tumbas y quema de conventos, tan intenso que tuvo que ser perdonada por el rey de Francia dos veces.
Dedicado a la esgrima, su padre se encargaba de entrenar a los pajes de Luis XIV, lo que explica que la pequeña Julie aprendiera pronto a manejar la espada. Esto, combinado con su afición a visitar casas de juego, tabernas, burdeles y toda clase de círculos sórdidos, explica la dudosa educación que La Maupin recibió desde pequeña. No tardó en abandonar la casa familiar, tomando a un espadachín como amante y vagando sin rumbo por toda Francia.
A partir de ese momento comenzó a ganarse la vida cantando y haciendo demostraciones de espada, generalmente vestida de hombre, un estilo que mantendría toda su vida. Era tan hábil con la espada, más que su amante, que a menudo el público estaba convencido de que era un hombre. De hecho, en una ocasión, cuando un espectador borracho proclamó que en realidad era un hombre, se arrancó la camisa, lo que dejó claro que se equivocaba.
Si La Maupin tenía un defecto por encima de los demás, era la alergia al aburrimiento. De hecho, pronto dejó a su amante espadachín, se declaró cansada de los hombres en general y sedujo a la hija de un comerciante local. El comerciante, desesperado por separar a la pareja, envió a su hija a un convento, pero nuevamente, nuestra heroína encontró una escapatoria. La Maupin se unió al convento y de esta manera pudo seguir con la relación en la casa de Dios. Poco después, una monja anciana murió y La Maupin reaccionó como habría hecho cualquiera: desenterró el cuerpo, de la monja, lo colocó en la habitación de su amante y prendió fuego al convento. Las dos huyeron aprovechando la confusión, aunque después de tres meses, La Maupin se aburrió y abandonó a su amante en casa de sus padres. Esta travesura le valió su primera condena a muerte, aunque La Maupin hizo uso de sus influencias y consiguió que Luis XIV revocara la sentencia. Todavía no había cumplido los veinte años.
La Maupin se trasladó a París y trató de comenzar una nueva vida, convirtiéndose en cantante de ópera (que era la versión del siglo XVII de una estrella del rock). Practicando sexo o luchando a brazo partido de forma alternativa, La Maupin consiguió hacerse un hueco en los escenarios del momento. Fueron muchas las anécdotas que protagonizó en esa época de su vida. En una ocasión descubrió que otro cantante de ópera, Dumenil, estaba criticándola y ella le retó a un duelo. Como él se negara, ella le golpeó con un bastón y le robó su caja de rapé y su reloj. Al día siguiente, descubrió a Dumenil quejándose de que había sido atacado por una banda de ladrones y ella, después de llamarlo mentiroso, le arrojó la caja de rapé y su reloj. Otra noche, mientras estaba de juerga, un hombre llamado d’Albert comenzó a coquetearla y todo acabó en un duelo en el que La Maupin se enfrentó a él y a dos de sus amigos. Al final el hombre acabó en el hospital, aunque fue el inicio de una duradera amistad entre ambos.
En otro momento asistió a un baile real vestida de hombre y pasó la mayor parte de la noche cortejando a una joven, lo que encendió las iras de tres de sus pretendientes. Cuando La Maupin besó a la joven a la vista de todos, los tres la desafiaron a duelo. Ella luchó con todos al mismo tiempo y ganó. Según algunos relatos, al final los mató, aunque este enfrentamiento entretuvo tanto a Luis XIV que decidió perdonarle cualquier castigo. A pesar de esto, las leyes contra los duelos eran cada vez más severas, y aunque el rey la hubiera perdonado, por si acaso escapó hasta Bruselas hasta que las aguas se calmaran, donde por supuesto continuó con su vida de infamias.
Después de regresar a París, murió cinco o seis años después, por causas desconocidas. Tenía 37 años. Como suele ocurrir en estos casos, su muerte dio paso a toda clase de conjeturas y La Maupin se convirtió en una especie de leyenda. Se decía, aunque no se sabe a ciencia cierta, que los últimos años de vida los vivió en paz, que los pasó casada y que incluso dio un giro religioso a su vida y volvió a ingresar en un convento. En cualquier caso, es una figura no lo suficientemente conocida ni recordada, probablemente por ser mujer, y que por tanto merece la pena reivindicar.
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