La noticia que esta mañana ocupaba primera página en las portadas de todos los periódicos digitales, no así en los impresos, porque se produjo después del cierre de la edición, es la muerte de uno de los escritores más emblemáticos de la literatura española del siglo XX. Toda una autoridad de las que ya pocas van quedando.
«El cáncer o te lo curan o te mata. No señor, o te revienta la vida para el resto de tus días», fue una de las declaraciones que hizo Delibes con motivo de su 86 cumpleaños. Y es que Miguel, desde que le fuera diagnosticado el cáncer de colon, y después de pasar por la sala de operaciones, se convirtió en ejemplo del drama del escritor frustrado porque quedó completamente imposibilitado para escribir. De hecho, su última novela fue El hereje, que terminó el mismo día en que le fue diagnosticado el cáncer.
Delibes, candidato a los Nobel en varias ocasiones, es un caso extraño en la literatura. Pocas veces se ha visto que un escritor levante elogios unánimes en el gran público y en la crítica más especializada. Sus obras, generalmente en Destino ―editorial a la que fue siempre fiel, excepto con Los santos inocentes―, han sido masivamente leídas por varias generaciones. Cómo dudar del éxito editorial de El hereje, que ha sido leído como un auténtico best seller, al tiempo que se hacía con el prestigioso Premio Nacional de Literatura en 1998. Ahora, con su muerte, son múltiples las voces de la intelectualidad que surgen para agradecer años de amistad, de enseñanzas, de influencias, o simplemente de belleza.
La lección de Delibes, su legado, no es baladí. Su figura, su obra, fue la simbiosis perfecta entre naturaleza y hombre. En su biografía es ya un lugar común repetir su afición por la caza, que se plasma en múltiples libros, entre los que destaca Diario de un cazador, en los que muestra un amor y una dedicación inusual por esa naturaleza. Delibes, vallisoletano, un hombre de raíces urbanas, se sintió siempre unido al mundo natural. Su lección es quizá de las más importantes en nuestros días: que el hombre no puede vivir de espaldas a la naturaleza, que la civilización no puede imponerse sino que debe integrarse.
Es una pena que el autor muriera antes de ver publicadas sus obras completas, cuyo último volumen estaba a punto de salir, sobre todo porque, a pesar de su enfermedad, estuvo siempre muy implicado en el proceso editorial. Se rompe así la posibilidad de haber cerrado un ciclo.
Descanse en paz. Grande entre los grandes.
Un abrazo