Latas de sopa Campbell´s

Latas de sopa Campbell´s

   Existe una tendencia generalizada a ver el arte como un concepto abstracto, algo tremendamente complejo y alejado de la realidad que necesita un elaborada explicación o un exhaustivo análisis para poder ser comprendido y valorado. A veces es triste ver cómo incluso quienes se consideran estandartes de la intelectualidad caen en esa visión tópica del arte. Le pasa por ejemplo a Mario Vargas Llosa, que en su ensayo La civilización del espectáculo dedica al arte un capítulo titulado «Caca de elefante». El título, por cierto, es bastante descriptivo del enfoque con que Vargas Llosa trata el tema. El autor peruano, que considera que estamos viviendo poco más que el apocalipsis de la cultura, se refiere a la banalización del arte contemporáneo, sobre todo a raíz del pop art, que eclosiona en los años 60 con Andy Warhol a la cabeza.

   Sin embargo, la visión que ofrece el filósofo del arte Richard Wollheim, creador del término «minimalismo», es muy distinta. En 1968 ‒una fecha simbólica por lo que representa mayo del 68 para el mundo del arte‒ publica El arte y sus objetos, un ensayo en el que defiende un concepto del arte entendido como «forma de vida». La expresión no es originaria de Wollheim; en realidad la tomó prestada de Wittgenstein, que la aplicaba al lenguaje para señalar el papel que juega en nuestras vidas como forma de representar nuestras experiencias y nuestros hábitos. De la misma manera, según Wollheim el arte está condicionado y es un reflejo del contexto social en el que se generó y solo puede comprenderse dentro de este contexto.

   Por ejemplo, es precisamente el contexto lo que hace que las 32 latas de sopa Campbell´s de Andy Warhol conviertan una imagen asociada al mundo del consumismo en arte. No es algo muy distinto a lo que Arthur C. Danto, autor del imprescindible ensayo Después del fin del arte, dice en un artículo titulado «The artworld»: si nos encontramos ante dos objetos completamente iguales y uno es una obra de arte y el otro no es porque existe un contexto que le ha otorgado un estatus diferente a cada uno de los objetos, haciendo que solo uno de los dos sea arte. La diferencia entre una caja Brillo normal y una obra de arte la marca ese contexto, que incluye una historia y una teoría del arte, que es lo que George Dickie llamó «institución del arte».

   Parece que para entender una obra de arte sea necesario conocer el contexto en el que se genera, tal vez por eso el arte contemporáneo parezca un territorio tan críptico, reservado solo a expertos. Pero por qué no va a ser posible el camino contrario: conocer el contexto a través de la obra. Lo que quiero decir es que el arte no es algo ajeno a la vida sino que más bien es un reflejo de ella. En realidad la vida se refleja en el arte y el arte en la vida. Es por eso que conocer el arte de una época es una de las forma más fiables de alcanzar un conocimiento profundo de la historia de esa época. El arte de Roma nos dice tanto sobre Roma como el arte contemporáneo nos dice ‒o nos dirá‒ sobre el mundo actual. Y así es como lo entenderán seguramente las generaciones futuras cuando vuelvan sobre nuestras obras de arte para saber más del mundo en el que vivimos hoy en día.

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