En 1923 una noticia despertó una gran controversia en las tertulias madrileñas entre intelectuales, periodistas y científicos. Un joven llamado Joaquín de Argamasilla de la Cerda y Elío, miembro del marquesado de Santaclara, aseguraba tener una visión de Rayos X que le permitía ver a través de cualquier cuerpo opaco. Su padre había fundado en 1920, junto al Conde de Gimeno, la Sociedad Española de Estudios Metapsíquicos, que se dedicaba al estudio de todo tipo de fenómenos paranormales o fantásticos, inexplicables desde un punto de vista científico, como el hipnotismo, la telepatía, la clarividencia o la percepción extrasensorial. Fue así, experimentando con su propio hijo de 18 años, cuando descubrió que este tenía Rayos X, una facultad que bautizó como metasomoscopia.
En su libro Ensayo experimental sobre la lucidez sonambúlica habla de su descubrimiento y describe cuáles son las condiciones necesarias para reproducir el fenómeno. El sujeto debe cubrir sus ojos con una venda, ponerse de espaldas a la luz, de forma que esta se proyecte sobre la superficie de la caja cuyo interior ha de vislumbrar, y moverse hasta que logre encontrar el enfoque adecuado. Hay que tener en cuenta además que los objetos tienen que estar situados en un mismo plano y que existen ciertos materiales como la plata, el oro o el papel que no conducen bien la electricidad y que por tanto no dejan pasar la visión.
Para demostrar los poderes de su hijo el marqués de Santaclara vendaba los ojos a su hijo, introducía un escrito en una caja y la situaba a la altura de la cabeza del joven, en la posición exacta para que el chico pudiera enfocar bien su visión con el interior. Este ritual se repitió en numerosas sesiones, frente a innumerables aficionados al espiritismo, lo que hizo que el suceso se fuera volviendo cada vez más conocido.
Tan lejos llegó la cuestión que para estudiar el caso a fondo la reina María Cristina constituyó en abril de 1923 una comisión presidida por Ramón y Cajal y en la que participaban el físico Blas Cabrera, el fisiólogo Juan Negrín, el neurólogo y psiquiatra Rodríguez Lafora, además de un oculista, un histólogo y un cardiólogo. El marqués decidió dar platón a la comisión y llevó a su hijo a Francia, a ver al prestigioso médico Robert Richet para que lo sometiera a examen. Tras hacer una serie de pesquisas Richet llegó a la conclusión de que los poderes que demostraba tener el joven de Argamasilla no solo eran auténticos sino que constituían todo un descubrimiento con posibles aplicaciones prácticas para la ciencia. «Estamos en días de descubrir nuevos rayos. Nos encontramos en presencia de uno de los mayores descubrimientos», llegó a afirmar el médico, que a pesar de ser un hombre de ciencia también creía en el mundo de lo paranormal.
En estas entró en la polémica el escritor Ramón María del Valle-Inclán, siempre interesado en temas esotéricos y ocultistas y que además era amigo del padre de Argamasilla, con quien compartía la afición al carlismo y a quien había prologado una novelilla modernista titulada El yelmo roto. Valle-Inclán, que había presenciado las facultades del chico en varias sesiones, era de la misma opinión de Richet, que los Rayos X eran de verdad. Según su imaginativa explicación el joven era capaz de doblar su mirada, de introducirla a través de la rendija de la tapa de la caja para ver qué había dentro y finalmente de recogerla de nuevo.
Finalmente la noticia cruza el Atlántico y un promotor norteamericano ofrece al marqués una suculenta oferta para que su hijo haga una gira por las principales ciudades del país demostrando sus asombrosos poderes. En Nueva York consiguieron crear una gran expectación gracias a una intensa campaña publicitaria. El joven, presentado como «El hombre que tenía rayos X en los ojos», realiza un par de demostraciones con bastante éxito. Sin embargo, en una sesión en el Hotel Pennsylvania el hombre con Rayos X se topa con el mago y escapista Harry Houdini, célebre por desenmascarar a farsantes de lo sobrenatural, gracias, en gran medida, a sus conocimientos sobre los trucos de los prestidigitadores.
Houdini, que no perdió de vista ninguno de los movimientos del chico con Rayos X, no dudó en interrumpir la sesión y apostar a que era capaz de reproducir las habilidades del joven. Como se le negara la oportunidad Houdini constestó: «¿Visión sobrenatural? Este chico no ve a través del metal. Las adivinaciones que hace responden a un truco. Exijo que reconozca que tiene truco». Y durante varias sesiones más el mago siguió acechando al farsante e, incluso, llegó a reproducir públicamente la experiencia con éxito.
Descubierto el engaño, padre e hijo no tardaron en volver a España, pero, sorprendentemente, se consiguió ocultar lo que había ocurrido al otro lado del Atlántico durante bastante tiempo. Eso sí, con ayuda de la prensa ‒y también de Valle-Inclán‒. El diario ABC, por ejemplo, llegó a afirmar que «Houdini apostó 5000 dólares a que hacía lo mismo que nuestro compatriota y, a pesar de los subterfugios que utilizó, perdió la apuesta». Al fin y al cabo, el marqués de Argamasilla había logrado engañar a personas de reconocido prestigio y reconocer la mentira suponía poner en entredicho sus reputaciones. A pesar de todo, con el paso de las décadas el crédito de los Argamasilla fue cayendo, aunque nunca llegaron a admitir el fraude. Argamasilla hijo buscó un honroso final para su trayectoria sobrenatural. Aseguró que sus poderes habían ido perdiendo fuerza con el tiempo hasta desaparecer por completo.
La historia, por cierto, se recoge en un delicioso libro titulado Valle-Inclán y el insólito caso del hombre con Rayos X en los ojos, publicado por la editorial La Felguera.
Bueno, ¿y cuál era el truco?