Ir al teatro en Moscú es un ocio muy popular.  Ir al teatro significa: obra, ópera o ballet.  Ir al teatro es adentrarse en la cultura rusa.

Me había hecho una mala idea de lo que era ir al teatro por lo que los propios rusos me habían contado.  Pensaba que era un ocio del que solo pocos podían disfrutar y al que había que rendirle casi homenaje vistiéndose de una manera muy elegante y llegando con muchísima antelación.  Pero como digo, era solo una idea errónea.

Sí es necesario llegar con un poco de antelación para pasar el control de la entrada, para dejar el abrigo en el guardarropa, para comprar el programa y para encontrar el asiento; pero con unos 15 minutos de antelación basta.  Sí es cierto que la gente va arreglada, pero tampoco de boda.  Y lo más importante: es un ocio para todos.  Las entradas que he disfrutado hasta el momento han costado entre 500 y 1 200 rublos (6,70€ y 16€) en teatros como el de Pushkin, el de Chéjov o el palacio del Kremlin –el Teatro Bolshoi está a otro nivel.  Para avisar a los espectadores de que hay que entrar en la sala, suena una campana 3 veces.  La primera para avisar de que hay que ir acercándose, la segunda para avisar de que pronto se cerrarán las puertas y la tercera para indicar que en breves comenzará el espectáculo.  Hay mucho personal, tanto en el guardarropa, como en el bufé y en la sala.  Pese a que me habían advertido de que si no llegaba antes de que comenzara el espectáculo, no me dejarían pasar; he visto más de una vez cómo los empleados acompañan en la oscuridad hasta su butaca a los espectadores que se retrasan.  Además, el espectáculo suele comenzar 15 minutos después de la hora que pone en la entrada.  La duración de las obras es normalmente de 2 horas con un descanso que algunos aprovechan para ir a comer algo al bufé.

He comprobado que el teatro es un ocio para todos, pongo ejemplos.  Al ballet de Las mil y una noches en el palacio del Kremlin asistieron mayoritariamente mujeres mayores; La isla del tesoro en el teatro Pushkin estaba dirigida a niños y Baile del siglo XX ha sido un éxito para adultos de todas las edades.  Me resulta totalmente comprensible que sea un ocio tan popular porque los espectáculos son de muchísima calidad.  Los actores han hecho que olvide que lo son, los bailarines y las coreografías me han dejado sin palabras y las puestas en escena me han anonadado.  La isla del tesoro me sorprendió ya que el escenario contaba con una plataforma redonda muy grande que giraba, así que en unas escenas se veía el exterior del barco y en otras el interior.  Además, en las persecuciones parecía que los personajes recorrían verdaderamente grandes distancias.  No obstante, Baile del siglo XX ha sido algo realmente inusual.  Nada más se abrió el telón no conseguía entender si lo que veía era a los personajes o un vídeo.  La gente a mi alrededor también se lo cuestionaba.  Me costaba mucho creer lo que mi cabeza interpretaba y es que parecía que estaba viendo una película en 3D.  Sabía que al fondo del escenario había una pantalla representando una estación de tren, pero no entendía porqué parecía que estaba nevando en toda la sala.  Antes de poder entender cualquier cosa, un tren pasó por encima de los espectadores siendo tan real que todo el público se reacomodó en sus asientos.  Conseguí entender que parte de la magia era porque los actores estaban encerrados entre dos pantallas que proyectaban cosas distintas: al fondo se proyectaba la estancia de la escena y en la pantalla delantera se proyectaban cosas como la lluvia o colores para crear sentimiento de nostalgia, alegría…  Además, el escenario estaba en pendiente, por eso sentía que perdía a los actores cuando se alejaban del público.  Sin embargo, dudo que todo lo que nos costó creer a los espectadores se quede en esas dos técnicas.

Mi experiencia en el teatro ha sido más que grata.  Ahora entiendo porqué en el tema de mis libros de ruso donde se estudian los verbos de movimiento, el título del diálogo es siempre «Disculpe, ¿dónde está el teatro?».

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