Mientras escribo estas líneas, la biblioteca pública de Lviv, la sexta ciudad más poblada de Ucrania, ha dejado de prestar libros. Sus antes silenciosos pasillos, repletos de estudiantes, ahora dedican su actividad a tejer camuflajes militares. El bullicio es constante. Bibliotecas de toda Europa, tras el llamamiento de la Asociación de Bibliotecarios de Ucrania, ya dan cobijo a refugiados del conflicto.
Me detengo en el municipio de Guisona, a miles de kilómetros del conflicto. Este municipio, que cuenta con 7291 vecinos, lleva varias semanas trabajando por dar algo de normalidad a los refugiados que huyen de la guerra. Mientras se preparan para escolarizar de urgencia a varias decenas de niños, la biblioteca del pueblo trabaja en actividades para hacer más llevadera la traumática experiencia de los menores desplazados.
Las bibliotecas han jugado un papel esencial en conflictos del pasado. No es de extrañar que tengan un rol importante en nuestro presente. Las bibliotecas no solo son el receptáculo de conocimiento sobre el pasado, el lugar al que acudir si se busca evitar caer una y otra vez en los mismos errores, también son un espacio de refugio donde buscar protección cuando no las hemos visitado lo suficiente. Una infraestructura social básica.
Cuando uno observa un lugar arrasado por un conflicto armado, en lo último que piensa es en decenas de usuarios de biblioteca buscando libros en un búnker subterráneo. Y, sin embargo, ha sido relativamente ver ciudadanos de edificios bombardeados buscando qué llevarse al cerebro. Uno de los últimos casos fue el de la biblioteca subterránea en Siria. Resulta difícil entender, desde la comodidad de nuestros sofás, lo que lleva a la gente a buscar estos espacios en plena tempestad.

Holland House Library, destruida en 1940
La guerra es el principal enemigo de las bibliotecas, que tienden a arder y perder conocimiento. Probablemente porque lo que contienen estas paredes son, ante todo, argumentos contra el conflicto. La quema de libros ya ha empezado en Ucrania. La cultura es de lo primero que sufre en un conflicto, y aunque en un bucle de creación destructiva las guerras se convierten en abono para el diálogo escrito, duele ver cómo la alternativa se quema.
Mientras el mundo toma posiciones, me temo que para seguir consumiendo la cultura, algunas bibliotecas de todo el planeta piden paz. Sobre el friso de la Biblioteca Metropolitana de Seúl, sobreimpreso sobre la imagen de un campo que representa la franja inferior de la bandera ucraniana, se lee las palabras ‘Paz por Ucrania’. Espero sinceramente que sea así.
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