De ninguna manera puede ser superado el título «Un antropólogo en Marte», capítulo séptimo de la obra de título homónimo de Oliver Sacks para describir la percepción que tienen de sí mismas muchas personas que sufren algún tipo de trastorno del espectro del autismo y/o síndrome de Asperger. Es por esto que, en este breve artículo, trataremos de abordar y analizar dicho capítulo en que Sacks nos presenta el caso neurológico paradigmático de Temple Grandin (1947), una mujer autista que parece haber superado todos los obstáculos que se presuponen como infranqueables para las personas de su condición: ser licenciada en zoología, impartir clases en la Universidad Estatal de Colorado, tener numerosas publicaciones o dar conferencias por todo el mundo son tan solo algunos de sus méritos más destacables. En definitiva, podría decirse que Temple no solo es un ejemplo de normalidad y superación sino de completa admiración.
Sacks hace que la neurobiología sea accesible a un público no científico. Su método es tan simple como innovador: tan solo (nos) humaniza la neurobiología como ciencia a través de la observación de una persona autista para que el lector vea y pueda entender cómo es y cómo sus particulares diferencias nacidas en su cerebro (el autismo) afectan a su vida. No obstante, cabe destacar que, en ningún momento, el lector se encontrará con una narración sobre una enfermedad sino sobre la vida de una persona que tiene una enfermedad. De esta manera, Sacks consigue que la distancia entre la objetividad clínica y la creatividad metodológica para entender, a pesar de su autismo, la totalidad humana de Temple, desaparezca completamente: «Así, mientras una rápida ojeada puede bastar para el diagnóstico clínico, si deseamos comprender al autista como individuo precisamos ni más ni menos que una biografía total» (Sacks, 2020, p.307).
El método científico-literario seguido por Sacks radica en contar una historia con numerosos detalles de la vida de Temple (le pregunta por su infancia, sus clases en la universidad, relaciones sexuales…) basada en un considerable rigor documental sobre la misma (entre otras cosas, Sacks se interesó por Temple tras leerse su biografía publicada en 1986: Emergence: Labeled Autistic); y, al mismo tiempo, cargada de una enorme dosis de empatía: «Voy a darle un abrazo. Espero que no le importe. La abracé y (creo) ella correspondió a mi abrazo» (Sacks, 2020, p.360).
Numerosos son los puntos a destacar en este capítulo y todos ellos igual de interesantes: los sentimientos de Temple o, cuanto menos, las ideas sentimentales que construye de sí misma, su vida social, su juventud, sus gustos cinematográficos, sus aspiraciones como persona, sus dudas, sus opiniones políticas y morales, etc… Sin embargo, en mi opinión y sin centrarnos en Temple como tal, el que sobresale por encima de todos y el que más habría de interesarnos para tratar en este breve artículo y desarrollar mínimamente, es el de la base autista como punto de partida para la creación, es decir, el punto de partida de la creatividad en personas autistas.
En un pasado no muy lejano se pensaba que las personas autistas no tenían ninguna teoría de la mente. Sin embargo, autores como el pediatra Hans Asperger (1906-1980), frente a la opinión desastrosa y tremebunda generalizada sobre el autismo que se tenía en los años cuarenta del siglo XX, encontraba en la enfermedad «ciertos rasgos positivos o compensatorios: una particular originalidad de pensamiento y experiencia que bien podría conducir a logros excepcionales en fases posteriores de la vida» (Sacks, 2020, p.302). Es por esto que el pediatra acuñó el término de «inteligencia autista», «una especie de inteligencia apenas afectada por la tradición y la cultura: nada convencional, ni ortodoxa, extrañamente pura y original, parecida a la inteligencia de la verdadera creatividad» (Sacks, 2020, p.311). Es por esto que me atrevo a decir que las personas autistas no es que carezcan de una teoría de la mente sino que todavía no se ha llegado a formular su propia teoría de la mente y menos aún se la ha comprendido.
Las personas autistas siempre tendrán algunas limitaciones impuestas por su enfermedad a la hora de, por ejemplo, relacionarse con otras personas. Sin embargo, la idea (y la realidad, pues Temple es un claro ejemplo) de que pueda darse un desarrollo intelectual en y a través de las mentes autistas, demuestra: en primer lugar, que los autistas tienen una teoría de la mente o al menos pueden aspirar a ella; y en segundo lugar, la viabilidad de la visión modular del cerebro, una visión que sostiene que el cerebro tiene una multiplicidad de potencias autónomas computacionales o inteligencias dentro de las cuales los autistas desarrollan unas pocas (potencias autónomas) pero de manera intensa. Dicho esto, y retomando la noción anterior de inteligencia autista, podemos considerar la siguiente idea: las personas autistas que desarrollan su inteligencia partirán de los conocimientos previos más puros y ensimismados imaginables ya que no están «contaminados» por casi ningún tipo de socialización. No obstante, conviene matizar estas palabras para que no se malinterpreten: todos los seres humanos, incluso los autistas, requieren de unos mínimos elementos de socialización (recordemos que muchos van a escuelas especiales y son estas las que prenden la mecha de su desarrollo intelectual). Lo sorpresivo del caso de los autistas se halla en que estos no requieren necesariamente de numerosos elementos de la socialización que muchos considerarían importantes tales como las relaciones amistosas, sexuales, etc…
Las personas autistas pueden ser creativas y parten de una base apenas afectada por todo aquello que sí afecta al resto de los humanos: la cultura en términos generales. Es por esto que resulta enormemente pertinente el uso de la metáfora «islas de talento» para referirse a personas autistas. Reparemos en las dos palabras principales de dicha metáfora: (1) «talento» implica que los autistas, a pesar de su condición, pueden aspirar y están en cierta medida predispuestos, aunque sea mínimamente, a desarrollar una determinada capacidad intelectual o aptitud para aprender ciertas cosas con facilidad o para desarrollar con habilidad determinadas actividades (de ahí que se diga talento y no «casualidad ingeniosa» o «arbitrariedad exitosa»). (2) «Islas» significa que su punto de partida es independiente de todo aquello que es ajeno a ellos mimos, a su cuerpo y a su mente. Temple es una «isla de talento». En primer lugar, porque su inteligencia y sabiduría radica en un campo del saber muy concreto pues su talento son los animales: «Mi trabajo es mi vida (…) No hay mucho más» (Sacks, 2020: 319), «mis intereses son concretos» (Sacks, 2020: 320), etc… En segundo lugar, porque su creatividad parte de unas bases inconcebibles para una persona socializada: «se trata estrictamente de un proceso lógico (…) ella relacionaba» (Sacks, 2020: 319), es decir, se trata de agrandar sus conocimientos sin salir de su isla.
Uno podría atreverse a decir que para poder entender la teoría de la mente autista en tanto que desarrollo principalmente lógico y mínimamente social en, desde y para la propia persona autista en cuestión (no olvidemos que es una «isla») podríamos establecer una cierta analogía entre esta y la «creatividad computacional fuerte» (Majid al-Rifaie y Bishop, 2014). En dicha creatividad computacional se pretende que una computadora digital se pueda programar para que esta pueda ser realmente una mente, es decir, que la computadora pueda ser genuinamente inteligente (que la máquina perciba, comprenda, tenga sus propias creencias y exhiba estados cognoscitivos que normalmente se les atribuyen a los humanos como la conciencia o las emociones). Los autistas reciben una «programación» (recordemos la existencia de las escuelas especiales anteriormente mencionadas) para que puedan de manera independiente operar genuinamente como cualquier otra persona sin su enfermedad. Además, los autistas se comportan, en términos de creatividad, como agentes computacionales autónomos capaces de, por lo menos, crear por ellos y desde sí mismos, productos o ideas que pueden llegar a ser muy novedosas y valiosas, sobre todo cuando el proceso de construcción de dichos productos o ideas se puede dar únicamente en una mente autista en tanto que mínimamente socializada. Asimismo, es la propia Temple quien relaciona su mente con las computadoras: «De hecho tengo esa máquina en mi cabeza. La acciono en mi mente (…) Simplemente pongo en marcha el ordenador de mi cabeza» (Sacks, 2020, p.344-345).
La gran aportación de las mentes autistas al progreso científico radica en que sus procedimientos, protocolos y metodologías (científicos), al nacer y desarrollarse en «islas», desembocarán en formas únicas de pensar y/o de creación que son inimaginables para el resto de las personas. Es muy difícil que una persona no-autista piense y llegue a las mismas conclusiones que una persona autista. No obstante, la teoría de la mente autista es tan solo una de tantas: los ciegos o los sordos partirán desde otros puntos de origen consecuencia de sus propias carencias (no ver, no oír) y fortalezas determinadas, recurrirán a sus propios procedimientos, protocolos y metodologías científicos (un ciego tendrá que ver sin ver y un sordo tendrá que oír sin oír) y llegarán a otras conclusiones totalmente distintas a las de los no ciegos, los no sordos o los autistas.
Para terminar, lo que aquí se ha pretendido decir es que no todas las personas parten de una misma base para comenzar a crear. Hay personas cuyas enfermedades les hacen partir de unas bases tan distintas a las de la gran mayoría que tanto los caminos como las metas que sigan y alcancen a partir de dichas bases serán diferentes de los de la gran mayoría de personas. Enfermedades como el autismo, pero también otras como la ceguera, son aquellas que obligan a las personas que las padecen a partir o echarse a andar desde una ontología de partida completamente distinta a la de la mayor parte de las personas (son independientes de aspectos con respecto a los cuales la gente suele ser dependiente: relaciones sociales, poder ver, oír, etc…) que les lleva a desarrollar y construir, en aras de alcanzar unas conclusiones finales, una metafísica completamente inimaginable para nosotros: ¿Acaso seríamos capaces de reconstruir nuestra cosmovisión del mundo si se nos obligara a comenzarla de nuevo pero condicionados por una enfermedad como la del autismo?
Bibliografía utilizada
Majid al-Rifaie, M. y M. Bishop (2014): «Weak vs. Strong Computational Creativity», Atlantis Thinking Machines, 7.
Sacks, O. (2020): Un antropólogo en Marte, 15ª edición, Barcelona, Anagrama.
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