
Imagen vía Depositphotos.
«Acumular cosas inútiles no te da la felicidad. El placer está en las manos que toman y no en el objeto que tomaron», escribió Alejandro Jorodowsky en Twitter. Aunque a Jorodowsky no le falta razón cuando hace recaer la felicidad sobre las manos y no sobre los objetos, conviene distinguir entre acaparar y coleccionar. El acaparamiento, fascinante y aterrador al mismo tiempo, conocido sobre todo gracias a los programas de televisión, no solo no tiene nada que ver con el coleccionismo sino que le da mala fama a los coleccionistas. Mientras que el acaparador crea literalmente un montaña de basura, de manera desorganizada y apegándose a cosas de poco valor, el coleccionista adquiere, organiza, clasifica, cataloga, mantiene y muestra cuidadosamente sus preciadas adquisiciones. Ahora bien, ¿por qué coleccionamos cosas?
Los psicólogos Randy Frost y Veselina Hristrova, en un estudio sobre el lado oscuro del coleccionismo, es decir, sobre el acaparamiento compulsivo, señalaron que para las personas mentalmente sanas (y recordemos que los acaparadores tienen déficits cognitivos) coleccionar cosas permite aliviar la inseguridad o la ansiedad ante una posible pérdida de identidad. Para evitar esto, se recopilan cosas que permiten al coleccionista revivir su infancia o conectar, desde la nostalgia, con un período más feliz de su vida. En ese sentido, el coleccionismo permite al coleccionista conservar para el pasado en el presente para siempre.
El psicólogo Mark McKinley divide a los coleccionistas en varios grupos: los que coleccionan por puro placer, los que lo hacen como inversión, los que coleccionan para presentar el pasado y los que lo hacen para ampliar sus círculos sociales, los que disfrutan con la búsqueda, sabiendo que su colección jamás estará completa, y los que coleccionan por prestigio o fama, los que tratan de llenar un vacío en su propia identidad y aquellos que disfrutan organizando y reorganizando un microcosmos de objetos. Desde luego, son muchos los coleccionistas que combinan muchas de estas razones.
De lo que no cabe duda es que sin estas poderosas motivaciones muchos de los grandes museos y bibliotecas del mundo no existirían en la actualidad.
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