Últimamente ando leyendo por curiosidad, en mis escasos ratos libres, algunos de los libros de Silvia Adela Kohan de la colección “Guías del escritor” de Alba Editorial. De momento sólo consigo ratificarme en que las recetas prefabricadas para aprender el oficio de escritor no aportan herramientas de verdadera utilidad, sino que son un cúmulo de palabrería teórica y ambigua sobre una perspectiva muy subjetiva y parcial del hecho literario.
Sin embargo, en uno de los libros descubro un texto que, de repente y sin previo aviso, da sentido a todo el tiempo invertido. El fragmento, que recuerda al Kafka más irracional y oscuro de los Cuadernos en octava, pertenece a una novela de la que había escuchado hablar pero que nunca hubiera añadido a la lista de mis futuras lecturas, Celestino antes del alba de Reinaldo Arenas. Es tan oscuramente deslumbrante que poco importa si el conjunto no está a la altura de la parte: un fragmento como éste justificaría una mala novela de mil páginas.
Espero que lo disfruten tanto como yo, y tengan cuidado esta noche si tienen ganas de levantarse en mitad de la noche para ir al baño.
Hace un tiempo salí del cuarto para ir al excusado y a mitad del camino me tropecé con una araña gigante que tenía la cabeza de mujer, y que lloraba a lágrima viva. Yo me asusté muchísimo cuando la vi, pero como vi que lloraba, me dije: es una persona. Y me fui acercando poco a poco.
-¿Qué quieres? -le dije yo, casi sin temblar.
Entonces ella, moviendo todas sus patas, me dijo:
-¡Que mates a mis hijos! Ya hace una semana que los traigo a cuestas y me están traspasando las tripas.
Yo miré para el lomo de la araña con cabeza de mujer y pude ver un grupo formado por arañitas de muchos tamaños que se movían sin parar y clavaban, furiosas, sus patas en la espalda de la madre, que lloraba y lloraba sin poder hacer nada. «Ven para que comas», me dijeron las arañitas, y siguieron escarbando con las patas. Y como de verdad yo sentía deseos de subirme sobre la araña y empezar a comer: lo único que pude hacer, para salvarme, fue echar a correr hasta la casa y acostarme, sin haber ido al excusado, aunque ya no me hacía falta, pues se me habían ido los deseos.
Reinaldo Arenas, Celestino antes del alba
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