librería tradicional dos

   Se ha montado en pocos días un rifirrafe bastante absurdo, y supongo que con connotaciones políticas más tontas todavía de por medio, con la visita de la alcaldesa al centro logístico de Amazon en Alcalá de Henares. Para algunos, la mera presencia allí de un cargo público es una ofensa personal, más aún si se trata de un político que defiende las plataformas vecinales.

   Pero, ya se sabe, la ofensa es subjetiva y, en muchas ocasiones, innecesaria. En este caso, la mayor que he leído venía de la librería Rafael Alberti de Madrid, una librería que usa dinero capitalista, medios capitalistas de distribución, una web capitalista de venta online… pero que no está de acuerdo con que se apoye el capitalismo si no es para con su comercio.

Las librerías tradicionales

   Hace poco tiempo leía que las librerías tradicionales estaban cerrando. Que gigantes como Amazon y las editoriales clásicas les estaban obligando a echar el cierre de su pequeño comercio, en el que por lo general el tendero y dueño es el mismo, y en ocasiones un pequeño equipo de personas, casi nunca superiores a diez, trabajan allí.

   Así que miré a mi alrededor, a las librerías en las que suelo comprar y de las que tengo constancia. Todas estaban abiertas. Algunas, incluso, mejor que nunca. A la semana siguiente acudí a una librería del centro de Madrid para darme cuenta (cierto que había un evento) que estaba tan atestada de gente que me fue imposible entrar. Tuve que esperar media hora fuera.

librería tradicional

   Parte de la política actual contra las grandes empresas ha surgido a raíz del envío gratis en dos horas de comida de Amazon (que, por cierto, no se aplica a libros todavía) para miembros Premium. Algo con lo que los libreros de toda la vida de tiendas pequeñas no podrían competir si llega a darse el caso. Que se dará, porque las necesidades de los lectores están ahí.

Las nuevas necesidades

   Cuando un profesor les dice a sus alumnos “tenéis que leeros este libro para dentro de una semana” (sí, eso pasa, y con plazos aún más estrictos) es bueno que el alumno disponga de un botón del pánico que pulsar y que alguien, y creedme que al alumno le da igual quién, le entregue un libro. Y en este caso el tipo en cuestión no necesita un librero.

   Necesita un libro. Un objeto generalmente en forma de prisma rectangular almacenado en alguna parte. Lo necesita ya. Ahora. Mejor dentro de una hora o dos que mañana, porque tiene que empezar a leerlo. Esto, que viene como una obligación externa en los estudios, aparece como obligación interna en el trabajo del día a día. Al menos para determinados sectores.

las necesidades modernas

   En mi caso, como redactor de contenido, he de leer mucho, informarme más, y hacerlo en un tiempo récord. Ahora, por ejemplo, ando inmerso en libros de divulgación sobre ciudades inteligentes, y tengo fecha tope. A principio de septiembre he de ser un experto en ellas, desde recogida de caquitas a su evolución histórica.

   Y, si no, buscarán otro redactor. Uno que sepa de estas cosas, como es lógico, para escribir sobre ellas. Esto significa que necesito algunos volúmenes de inmediato, pero también significa que necesito dejarme empapar por la cultura del librero para que me diga qué leer. Y ahí, mis queridos defensores lobotomizados de Amazon (que estos también tienen lo suyo), es donde la empresa grande pierde.

De lo que carecen las grandes librerías

   No hace demasiado acudí a la Fnac, planta de libros de cultura clásica. Quería leer la Teogonía de Hesíodo y trabajos relacionados, pero admito que para mí ese muro repleto de libros es una tragedia moderna: nunca encuentro nada. Además buscaba la edición más completa en notas bajo las palabras griegas, aunque el libro acabase siendo un tochazo.

   Me atendió un tipo majísimo. Sonreía, estaba cuidado, atento. Pero era un inculto. No solo no sabía de qué autor le estaba hablando, sino que ni idea sobre qué edición era más completa que otra. Con bastante poca discreción le di las gracias y acudí al trabajador de al lado, una mujer de edad avanzada que parece no encajar con la dinámica joven de la tienda.

   Sin embargo, se sabía de pe a pa todas las ediciones posibles sobre el libro, e incluso me recomendó varias que no tenían en sus estanterías. «Te puedo pedir alguna, tardan unos cinco días en llegar» me comentó «son mejores que las que tenemos aquí para lo que estás buscando». Esa mujer aportaba valor a los libros, indistintamente del precio marcados en ellos.

librería grande

   Es más, simplemente porque me hubiesen elegido el libro adecuado hubiese pagado un plus. Cinco, quizá diez euros (el volumen costaba 8,95 euros). Porque esa persona me ha solucionado el problema de aquél día: localizar el libro que necesito. Amazon no puede hacer eso, y la Fnac a duras penas. Eso lo pueden hacer librerías de barrio y/o especializadas.

   Librerías que dan un servicio extra en una dimensión que se escapa del tiempo de entrega o del dinero a pagar por el usuario. Que obviamente, cuando sabe lo que quiere y no desea moverse de casa, recurrirá a librerías online, a aplicaciones de segunda mano, a bibliotecas… Porque pueden convivir ambas fórmulas.

Amazon y los libreros tradicionales pueden vivir en paz

   A lo que voy es que defender a Amazon no es ir en contra de los libreros de toda la vida, al igual que no creo que defender a los libreros sea ir contra Amazon. Son modelos de negocio completamente diferentes que atienden a necesidades diferentes, de un modo muy similar a preparar el café en casa o bajar al bar a tomarlo.

   Si lo que queremos son churros recién hechos, no es recomendable quedarnos en casa preparando café. Bajaremos al bar. Pero si lo que queremos es tranquilidad, no quitarnos el pijama y un café en el sofá, lo prepararemos en casa. Y ninguna de esas decisiones arruinará a una de las dos empresas: el bar o la empresa de distribución de café molido a domicilio.

café y libro

   Mientras que Amazon se enfoca a necesidades de urgencia y costes, el librero tradicional lo hace en el valor añadido en la venta. A poder recomendar, corregir, sugerir.

   Hace poco tiempo estuve en Gigamesh en mi tercera visita a Barcelona. Llevaba mucho tiempo buscando un tipo determinado de novelas, pero en Internet me era imposible localizar nada parecido. La información (el conocimiento… ¡casi la sabiduría!) no estaban disponibles. Sin embargo, entré a la tienda y dije «Busco algo como “Ilión/Olympo”».

   Me sacaron quince volúmenes, de los cuales me llevé cinco. Uno ya lo he leído. Acertaron al 100%. Era lo que estaba buscando. Amazon no puede hacer eso. Ni lo hará si contrata libreros cazurros como me ocurrió en la Fnac. El librero de barrio tiene algo que la empresa grande no podrá poseer nunca, y por eso ambos pueden disputarse el mercado, e incluso ganando de la competencia del otro.

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