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El ocio es uno de los mayores objetos de deseo, muy por encima de los diamantes o las mansiones de lujo. Poder acceder al ocio conlleva dos factores importantes: tiempo que poder destinar a la actividad y capital como para gastarlo en ella. Sin cualquiera de los dos, el ocio escasea, incluso cuando hablamos de lectura. Que los libros habrá que pagarlos… ¿o no?

Como amante del ocio y de las nuevas experiencias (calmadas), hace un par de semanas mi pareja me preparó una sorpresa: una sesión de película en un autocine. Jamás había estado en ninguno, y la idea me picaba la curiosidad. ¿Cine y cine en el coche? Había que probarlo, a ver cómo resultaba la experiencia…

El primer autocine, o ‘drive-in theater’

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El autocine no es español, sino americano. Cuando aquí el coche todavía era un invento de lujo, en norteamérica el Ford-T había abierto mercado al automóvil. Su popularización era tal, y su aceptación tan ubicua, que el 6 de junio de 1933 se desató la locura: nacía el drive-in theater frente a la expectación de los neojerseítas (los habitantes de Nuevo Jersey).

La imagen de arriba representa el momento en que los vehículos, detenidos para el inicio de la película, esperan impacientes el encendido de la pantalla. El coste por admisión de cada coche era de 25 centavos por coche más otros 25 por persona, un capricho de aquel entonces. Las luces de los coches se apagaron, el proyector se encendió, y Wife Beware, de Adolphe Menjou’s, empezó.

Apenas un par de años después de este piloto los Estados Unidos se llenaron de autocines. Los estadounidenses son un pueblo interesante, y si algo ha caracterizado su cultura es la tendencia al mínimo esfuerzo que criticaban tanto Los Simpsons como Los picapiedra. Es en la canción de introducción donde la cultura del coche se ve reforzada: del trabajo a casa, cine y cena sin moverse del asiento. Yabba Dabba Doo!

¿Cómo se va a un cine de coches?

Conduciendo, evidentemente, pero muchos de los lectores tendrán curiosidad por cómo se entra, aparca, cómo funciona el orden de llegada y qué hay que hacer cuando acudes. Relato mi experiencia, que podría variar según la ciudad, empezando por la compra de las entradas (por Internet).

El autocine de Madrid se encuentra en el barrio de Valverde, en una antigua zona industrial. El acceso se realiza a través de un corredor de naves abandonadas con grandes letreros desgastados de empresas que arrancaron allí. Algunas son conocidas y tuvieron tiempo de huir de allí, pero la mayoría pasaron a mejor vida hace décadas.

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El cine abre dos horas antes por varios motivos. El primero es que cientos de coches tienen que aparcar y organizarse. El segundo es que por lo menos el doble de gente acostumbra a cenar antes, y las colas en la cafetería son legendarias. Esta simula la cafetería americana de los años 30. Todo muy cool.

El aparcamiento tiene su miga por culpa del gálibo

Si te acabas de examinar del carné de conducir la palabra gálibo te dirá algo. En caso contrario es probable que la hayas olvidado. Hace referencia a la altura del vehículo, y sirve tanto para que los camiones no arranquen puentes a su marcha como para colocar los vehículos en un autocine.

Se entra en orden de llegada, con la primera metida y despacio, conduciendo por un lateral de las filas del cine. Estas aparecen como un aparcamiento clásico, con la diferencia de que el arco que forman las plazas es más pronunciado. Todas miran hacia la enorme pantalla que parece diminuta desde el coche.

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Llegado a una fila, un operario con colgajo en el oído te hace señales para seguir o detenerte en esa calle. El coche prestado que tenía aquella noche era mediano, de modo que me mandaron a las filas centrales. A más gálibo, más atrás, para evitar molestar al resto de usuarios.

¡Apaguen las luces! Cubrefaros gratuitos y negocios cruzados

Muchos de los vehículos actuales son incapaces de apagar las luces si se mantienen en marcha. Algo necesario si vas a tener la calefacción o el aire acondicionado encendido. O si andas abriendo y cerrando las puertas del coche durante la sesión (sí, hay movilidad absoluta). Para eso están los cubrefaros.

Se trata de una lona con cierre magnético que se coloca por delante del morro del vehículo, tapando los focos, así como por detrás. Ahora sí, arranca el coche las veces que quieras para no molestar a tus vecinos. Y, si quieres, por un módico precio te limpio el cristal, que con la llegada del verano se ha llenado de bichos.

Oiga, ¿y por dónde sale el sonido?

Antes de acudir a la experiencia tenía mis dudas con respecto al autocine. ¿Qué dirían los vecinos? ¿No les molestaría el sonido? El cine, como evento cultural, siempre resulta interesante, pero el ruido día sí día también de los estrenos tiene que resultar molesto. Ocurre que no hay apenas sonido.

Sí, hay altavoces relativamente grandes cerca de la zona de restauración. Así, quien todavía está pidiendo comida al inicio de la película, o quien va al baño, puede seguir oyéndola. Pero, además, no hay vecinos cerca a los que molestar. La zona apartada e exindustrial está desértica y despoblada.

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La radio es la protagonista del evento. Al entrar, el recepcionista te entrega desde la garita un folleto con la carta de comidas, y en él están impresas las instrucciones. Encienda la radio, sintonice tal emisora, y espere a que empiece la película. Reconozco que aquello supuso una sorpresa, desconocía el funcionamiento de los autocines.

Comida al coche por solo un euro más

Como buena experiencia norteamericana, no podía faltar la opción picapiedra de ordenar comida y que te la lleven en mitad de la sesión. Basta marcar el número de teléfono del restaurante, pedir y decir la plaza de aparcamiento donde estás.

Al rato (bastante rato, estaban desbordados) un correcaminos avanza hasta tu puerta con la comida caliente. Pizza, hamburguesa, bocadillo. Todo light y nutricional. Todo marca américa. No faltan las patatas fritas que se me caen del envase de plástico de un uso y el refresco azucarado.

Sin duda una experiencia interesante la del autocine, que recomiendo vivir aunque sea para poder quejarse de la pantalla pequeña o por ese conductor que no pidió los cubrefaros y acaba dándote la película. También para disfrutar de la experiencia con la pareja o en familia de una peli en el coche. Lástima no haber tenido una ranchera con asiento corrido en forma de sofá, sin duda hubiese sido un plus.

Imágenes | Desconocido, PxHere

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