Cuando el libro te remuerde, es que algo está haciendo bien. La lectura de La continua Katherine Mortenhoe me ha resultado escalofriante, divertida, triste y esperanzadora todo al mismo tiempo. Como las mejores distopías de ciencia ficción, como volver a leer con la inocencia del lector joven las primeras páginas de Fahrenheit 451, Soy Leyenda o Rebelión en la granja. Y es que el tema central, como diría Danielewski en el magnífico prólogo de The Familiar, es uno de «nuestros horrores en común». Se aborda aquí el tema del enfrentamiento a la muerte desde los ojos de quien vive en una sociedad libre de enfermedades, de muertes prematuras, donde los sentimientos más humanos se han burocratizado y la vida pasa por un eterno camino de retorno.
En un futuro, no muy lejano de nuestro presente, la ciencia médica ha logrado vencer a la muerte. Las pocas excepciones proporcionan el material para un nuevo programa de televisión dirigido a masivas audiencias ávidas de presenciar la muerte en directo de otras personas.
Cuando a Katherine Mortenhoe le comunican que tiene cuatro semanas de vida, sabe que no es solo su vida la que está a punto de perder, sino también su privacidad. A Katherine se le diagnostica una enfermedad cerebral terminal causada por la incapacidad de procesar un volumen cada vez mayor de información sensorial, y de inmediato se convierte en una celebridad para un público «hambriento de dolor».
Los que hayan leído El fugitivo, de Stephen King, arriesgaran con algunos temas en común con este libro. Y acertarán. El punto crítico está en el circo mediático, en el Gran Hermano, como siempre lo estuvo en la ciencia ficción de la golden age: La continua Katherine Mortenhoe se publica en 1974, una década que habría de dar paso al cyberpunk y donde la ciencia ficción ya andaba mirando a asuntos más terrenales y dejando un poco la búsqueda de las estrellas. Su autor, británico, demuestra el gusto por la sosegada narración clásica, cercana a Stevenson o incluso Dickens, pero con el telón de fondo del análisis moral de una sociedad. Claro que hoy día nos sorprendemos con poco, y La continua Katherine Mortenhoe podría pasar por el argumento de un capítulo de Black Mirror, pero para los estándares de la ciencia ficción de los setenta pudiera parecer algo conservadora al inicio. Es difícil hablar de lo que vendrá después sin caer en los spoilers, pero es importante dejar arrastrar por la lectura de la novela y no hacer juicios de valor hasta haber terminado. Es una novela que se toma su tiempo, que seduce lentamente al lector, que huye de la inmediatez del citado maestro King, o que no se afana en la búsqueda de la ciencia ficción más dura que podríamos encontrar en Asimov o, en esos mismos años, en George R.R. Martin. Podría pasar por una novela de costumbres en su primer centenar de páginas, para convertirse en un esperpento tragicómico a medida que avanzamos y en una suerte de gran reflexión desde el futuro a lo Ballard en su final. Cierto es que quizás abusa de la paciencia del lector, pero en esto el lector define su umbral, la novela es lo que es. No había leído anteriormente a D.G. Compton, pero es una suerte que sea recuperado por Gallo Nero, una editorial fetiche y que pronto tendrá su lugar en mi top de editoriales.
La novela fue adaptada al cine en una interesante cinta de Bertrand Tavernier protagonizada por Harvey Keitel, Romy Scheneider y Max Von Sydow. Este es el trailer:
Para recapitular, La continua Katherine Mortenhoe remueve al lector, sobre todo aquel con una relación particular con la muerte. Resulta en un ramalazo de energías contrarias, llena de humor a ratos, de tragedia en otros, y el circo mediático que tanto critica y que se convierte en una fanfarria que acompaña a la de-construcción de la heroína. Quizás no una de las grandes novelas de ciencia ficción, pero una narración a tener en cuenta, atípica y fresca, que gusta de leerse en la época de las redes sociales y los problemas con los límites del anonimato y el contenido.
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