«Quién conoce algo de la profundidad conoce algo de Dios» 
Paul Tillich

Si tuviéramos que definir la idea, el concepto, el ser, la imagen, la circunstancia, el sentimiento, la apariencia, el desasosiego, la inercia, lo nebuloso, el sentido, el acaparamiento, la extrañeza, la necesidad o cualquier otra cosa que nos sugiera el hecho y la posibilidad de Dios, ¿cómo lo haríamos?, ¿de qué forma lo describiríamos?, ¿con qué clase de herramientas podríamos darle forma? ¿Qué prestidigitacion sería capaz de provocar, aunque fuera tan solo por unos segundos, su reaparición en escena?.

Si alguien pudo realizar tal hazaña, éste fue, en mi opinión siempre subjetiva, el teólogo, filósofo, pensador e intelectual Paul Tillich.

Paul Tillich nació el 20 de agosto de 1886 en Starzedel, Prusia Oriental, hijo de un pastor luterano, algo que evidementemente le marcaría de por vida.

Realizó estudios de teología y filosofía, siendo sus profesores más destacados e influyentes Ernest Troeltsah, Martin Kaehler y Wilhem Herman, que a su vez habían formado a otros teólogos de trascendental importancia: Karl Barth y Rudolf Bultmann.

Sus tesis de licenciatura y doctorado versaron sobre la filosofía religiosa de Schelling a la que se dedicó de forma especial a lo largo de su carrera.

Una vez concluida la Primera Guerra Mundial, donde ejerció como capellán castrense, se orientó hacia el campo de la enseñanza, tanto de la teología como de sus derivados y transversalidades filosóficas.

Es en Berlín donde dio sus primeros pasos en el mundo de la docencia, el lugar en el que pronunciará una conocida conferencia con un contenido que tendrá mucho que ver con su futuro pensamiento teológico y cuyo título será, «De la idea de una teología de la cultura». Precisamente, en esta conferencia, Tillich no dejará de repetir que la cultura es la forma de la religión y la religión es la sustancia de la cultura.

A Paul Tillich le preocupaba sobremanera el enorme abismo que se abría entre la religión y la cultura, entendiendo la cultura como las diferentes acciones y trabajos, a través de los cuales el hombre transforma y domina la naturaleza para así poder satisfacer sus fines y necesidades, es decir, se trata de una forma, una especie de cotidianidad, de vida y rutina seculares, de inercia vital, en definitiva.

La Primera Guerra Mundial y lo que está supuso en cuanto a muerte, destrozo de los fundamentos morales, sociales y políticos hasta entonces aceptados, convenció a Tillich de que esto marcaría el inicio de la decadencia de la ideología burguesa, el desmoronamiento de todos sus fundamentos, mitos y principios económicos. A raíz de ello y junto con algunos amigos, fundó el movimiento del socialismo religioso.

«Pensábamos que era posible rellenar ese foso creando, por una parte, movimientos como el del socialismo religioso y, por otra, interpretando de una manera nueva la inmanencia mutua de la religión y de la cultura»

Tillich lo vio muy claro, una Alemania en ruinas no tendría otra posible salida que la colectiva búsqueda de un nuevo orden social, más justo, más equitativo, reflexivo, de conocimiento, una reespiritualización de toda la sociedad en vistas a reconstruir los pedazos que aún quedaran en pie.

Sin embargo, el recién creado «socialismo religioso» no consiguió captar sino a una selecta y reducida minoría intelectual. Este es el problema, creo yo, con el que siempre nos encontraremos, la pereza intelectual y cultural de los pueblos, es el mayor de los obstáculos a la hora de construir los novedosos cimientos de un hombre y una sociedad regenerados, para la recuperación de ese Dios tanto tiempo oculto.

Tillich es, por antonomasia, el hombre y el teólogo de la síntesis, pero de una síntesis entendida como reconciliación de los contrarios, de términos que en teoría son contrarios, como «la vida cotidiana» y Dios, el hombre aislado en sus rudimentos y sus inercias y la idea de «Dios». El pensaba que los hombres secularizados de la modernidad, sumidos ciegamente en su cultura, su vida insustancial, su técnica y su ciencia, experimentarán tarde o temprano una sorda angustia ante la existencia, una acuciante y demoledora falta de sentido, imprevisible y potencialmente destructiva.

Ante este panorama, Paul Tillich se plantea las grandes preguntas, ¿es la muerte del cristianismo?, ¿puede creerse aún en Dios?,en caso de que la respuesta fuera afirmativa, ¿es ese Dios aún el de la Biblia?.

El hombre contemporáneo muestra un gran rechazo por las creencias que le son impuestas como dogmas de fe desde instancias ajenas a él, y ante esto Tillich formula la pregunta, ¿no se encuentra el ser humano, por ello mismo, buscando una experiencia espiritual profunda y vívida?.

Para el teólogo, la respuesta es que sí.

No obstante,Tillich, desde su honestidad intelectual y moral, condena a las iglesias institucionalizadas, que en su opinión, hace mucho tiempo dejaron de interpelar al hombre a nivel del ser, que dividieron a la comunidad cristiana jerárquicamente, que instituyeron formas de clasismo y separatismo incompatibles con el primitivo sentido de la «ekklesía». 

La teología debe ser una disciplina que aporte respuestas y no divague en abstracciones, es necesario que sea una «answering theology», que construya líneas de senderos que iluminen la oscuridad en la que habitualmente se debaten los hombres. Este planteamiento se concretaría a través de lo que Tillich calificó como «método de correlacion».

«Si la religión se halla presente en todas las funciones de la vida espiritual, ¿por qué la Humanidad ha desarrollado la religión como un ámbito particular entre otros, en el mito, el culto, la devoción y las instituciones eclesiásticas? No hay más que una respuesta: a causa de la trágica alienación que separa la vida espiritual del hombre, de la base y de la profundidad que le son propias».

La principal dificultad para sentir la religiosidad, o si se prefiere, para tener una fe de andar por casa, pero fe, a fin de cuentas, consiste en la permanente sensación de «la ausencia de Dios», de su inhabitación terrestre, de sus escasas o nulas epifanías cuando tanta falta nos harían en los momentos más críticos. A pesar de todo, Paul Tillich, y yo me incluyo también, pensaba que esta sensación de «ausencia de Dios» esa una falsa percepción y que las respuestas a ciertas preguntas, se alcanzan cuando los hombres trascienden la superficialidad, se sitúan ante la existencia con un empeño radical, ultimativo, percibiendo entonces que, en lo más profundo de su propio ser, late un fundamento del ser, en el que se puede apoyar.

» Cómo puede ser poseído Dios? Es Dios algo que puede ser comprendido y conocido entre otras cosas?. Dios es menos que una persona humana?. Siempre hay que esperar a una persona humana. Incluso en la comunión más íntima entre los seres humanos, hay un elemento de no tener y no saber, y de esperar. Por lo tanto, ya que Dios está infinitamente escondido, libre e incalculable, debemos esperar por Él de la manera más absoluta y radical. Él es Dios para nosotros en la medida en que no lo poseemos. El salmista dice que todo su ser espera al Señor, lo que indica que esperar a Dios no es meramente parte de nuestra relación con Dios,sino más bien de la condición de esa relación en su conjunto. Tenemos a Dios por no tenerlo».

Me di cuenta de que Paul Tillich hizo un esfuerzo enorme por desembarazar la idea, el concepto y la persona de Dios de los corsés eclesiásticos e institucionales, por eso mismo, decidí escribir estas palabras, regresarle al presente, porque estimé muy importante que alguien, en pleno siglo XX, abriera las ventanas a la trascendencia que tanto ansiamos sin ser conscientes de ello. Este era el Dios de Paul Tillich, un tímido empedernido con unas ganas locas de charlar, esperanzar, quitarse todas sus negras vestiduras y aportar sentido.

Si a Dios lo vaciaron semánticamente,le deshuesaron ontológicamente, Paul Tillich lo dotó de contenido y de vida nuevamente.

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