Lorca. Un poeta en Nueva York, de Carles Esquembre.

Mientras atravesaba por un momento de crisis existencial, atormentado por un desengaño amoroso y por la tiranía de la moral dominante, que le impedía expresar su sexualidad con sinceridad, en 1929 Federico García Lorca dejó España y viajó al otro lado del charco, con el pretexto de dar unas conferencias en Nueva York y en Cuba. El viaje se prolongó durante un año y, con las experiencias que vivió allí, Lorca escribiría el que está considerado como su mejor libro, Poeta en Nueva York, que supuso una ruptura radical con el tipo de poesía que había escrito hasta ese momento.

Este es el escenario que Carles Esquembre escoge para convertirlo en novela gráfica. Aunque la relación entre el poemario de Lorca y su obra sean evidentes, bastar con ver la similitud entre ambos títulos, Lorca. Un poeta en Nueva York no es exactamente una adaptación del poemario lorquiano, aunque algo de eso tiene. Antes bien, lo que Esquembre relata son, precisamente, las vivencias por las que Federico atravesó en el nuevo continente, con constantes y evidentes alusiones a su obra, que evidentemente el poeta esa escribiendo en ese mismo momento.

¿Qué es, entonces, lo que encontraremos en este libro? Teniendo en cuenta que lo más cosmopolita que Lorca había conocido hasta la fecha era Madrid, pero que provenía de una Granada que no era sino el producto de una Andalucía rural, el choque con la Gran Manzana fue muy violento. Lo que se encontró y le llenó de angustia fue una civilización fría y deshumanizada, que rendía pleitesía al capitalismo más feroz, sin compasión por la vida humana, como demuestra el Crack del 29 que él mismo presenció. Un mundo pantagruélico, que a pesar de producirle rechazo también le generaba una morbosa atracción. Al fin y al cabo, los gitanos y los negros de Harlem, ambos colectivos marginados, casi podían considerarse hermanos y el jazz hundía sus raíces en lo popular como ya había hecho el cante hondo en su tierra.

Esto es lo que Esquembre va narrando y, al mismo tiempo que el poeta va escribiendo los poemas de sus libros, estos se van filtrando en las páginas de la novela gráfica. Si se quería ser fiel al espíritu de Poeta en Nueva York, era necesario introducir pinceladas surrealistas, aunque fueran superficiales. Esto, en las viñetas, se hace a través del mundo de los sueños y de las ensoñaciones. De vez en cuando van apareciendo algunas de estas viñetas, de una imaginación desbordante, que sirven para introducir versos del libro de Lorca. Al hacerlo de forma natural, integrándose bien con la trama, no se produce la sensación de que Esquembre haya querido meter retazos de la obra del poeta con calzador. Esto, en realidad, sirve para darle forma a los demonios interiores que atormentan al autor. En un momento determinado, por ejemplo, aparecen en escena Dalí y Buñuel, cuya relación con Federico, a esas alturas, se había deteriorado hasta tal punto que ya era inexistente, algo que al poeta no dejó de perseguirle y atormentarle a lo largo de su vida.

Es necesario hacer la salvedad de que, aunque la obra utilice como fuente no solo los poemas de Lorca sino también su correspondencia, lo que demuestra que Esquembre ha llevado a cabo un buen trabajo de documentación, algunas de las escenas se ha recreado con bastante libertad, con el propósito más de construir el ambiente que pudo vivir Lorca que con un interés absolutamente riguroso por reflejar fielmente los hechos que componen su biografía.

A nivel gráfico, por una parte hay que celebrar la mano del autor, especialmente en lo que respecta a los escenarios, que reflejan con minuciosidad la geometría de la arquitectura neoyorkina. En ejemplo de este tipo de dibujo lo encontramos al principio de cada capítulo: vemos una estructura de vigas y andamios que capítulo tras capítulo va completándose, hasta dar como resultado el retrato de Lorca. Eso es, de alguna forma, lo que se pretende con el libro. Sin embargo, por otra parte, hay que señalar que en ocasiones Esquembre cae en la innecesaria repetición de elementos, lo que hace que la imagen quede más monótona.

Al igual que ocurre con Poeta en Nueva York, esta novela gráfica no es la mejor recomendación para aquellos que se acerquen a la figura de Lorca sin saber demasiado sobre él. Existen otras novelas gráficas mucho más sencillas y didácticas, como la de Ian Gibson. A pesar de estar centrado en la etapa neoyorkina, el libro está lleno de guiños a toda la vida del poeta, anterior y posterior a este viaje, por lo que sin duda hará las delicias de los lorquianos. Desde luego, si alguien quiere acercarse al Lorca más surrealista, se trata de una lectura más que recomendable.

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