Desde que los humanos aprendimos a escribir, nos creemos la repera. Hace un porrón de años un tipo, probablemente de hace unos seis mil, decidió que los garabatos de las paredes de su cueva podían decir más de lo que decían. Y le dio al coco para representar aquello que deseaba comunicar con los símbolos que tenía.

   Y, desde ese mismo momento, expresado del modo en que se suele decir ahora en argot moderno, “se lo creyó”. Nos lo creímos. Pensamos que ese es el mejor modo de transmitir la información, escribiéndola para su recuerdo futuro, sin pararnos a pensar si el conocimiento tiene otros modos posibles de intercambio que no sean los libros.

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   Esto, dicho en un blog que gira en torno a los grandes volúmenes de la humanidad, puede parecer un poco descarado. Pero, como bien me han descrito, “tú vas a provocar, Marcos, y lo sabes”. Y aquí vengo, con un par de cuestiones al borde de la locura y la fantasía, para plantear métodos alternativos en la transmisión de conocimientos basados en tres relatos de la ciencia ficción moderna que me llamaron la atención en su día.

   Tomen asiento. Y que alguien haga unas palomitas.

Urrones, Stargate

   Soy un fan de Stargate, aquella película noventera en la que, mediante un anillo gigante, se viajaba a otros planetas y sus posteriores series spin-off (un total de tres con 17 temporadas y tres películas. Aun a pesar del bajo presupuesto y los argumentos pobres, la serie explora aspectos que ninguna que me hayan enseñado toca. Cuestiones sobre nuestra propia humanidad basados en culturas que evolucionan de un modo diferente al que han evolucionado las de la Tierra tras el rapto masivo de humanos en los milenios IV y III a.C.

   En el capítulo tercero de la quinta temporada (de la primera serie de Stargate), llamado “La curva de aprendizaje” aparece el ficticio planeta Orban, un lugar que ha avanzado en los últimos años lo que parecen milenios en cuanto a conocimiento y tecnología, dando un gran salto con respecto a nosotros, gracias a un invento revolucionario: nanorobots cerebrales. No se me ocurre una traducción mejor, lo siento, no me peguéis.

   En Orban, a unos pocos niños, aquellos que demuestran mejores capacidades de aprendizaje, se los llama urrones. Y se les otorgan miles de pequeños robots que, implantados en sus cerebros, son extraídos años más tarde en un proceso llamado averium. Todos los conocimientos de estos niños son entonces transferidos a, primero, la siguiente tanda de urrones y, segundo, adultos con nanorrobots de otros urrones anteriores que toman las decisiones.

   De este modo, basta formar solo a unos pocos alumnos, reduciendo todos los costes educativos en relaciones de millones a uno. Imaginad que cogemos a los alumnos más brillantes de las mejores universidades del mundo y les extraemos el conocimiento, que volcamos en varios millones de personas a la vez, en un solo día. En cuestión de décadas, y bajo una inversión mínima en educación, todo el planeta podría tener el nivel de educación más alto posible.

Alien

   Aunque poco habladores, estos atléticos tipos que ora te violan la boca para incubar huevos en tu estómago, ora atraviesan el pecho para salir, los aliens tienen su propio sistema de comunicaciones. Y mola bastante.

La escritura extraterrestre

   Para empezar, todos los aliens nacen con una especie de módem WiFi que les permite transmitir información en tiempo real y colaborar. Imaginad el puntazo que esto supondría en nuestra sociedad el poder comunicarnos cerebro a cerebro sin necesidad del uso de teléfonos, pudiendo compartir todo tipo de información en chats privados de pensamientos.

   Además, estos bichejos tienen algo que haría que la escritura quedase totalmente desfasada: memoria genética. Es decir, que cuando el alien reina da a luz a esos horribles huevos, está transmitiéndoles los conocimientos. Lo que, además de molar muchísimo, eliminaría el engorroso trabajo infantil de tener que ir a la escuela.

k-paxianos, K-Pax         

   K-Pax sigue siendo, para muchos, una película totalmente desconocida. Nunca entenderé cómo no es enseñada en el colegio como referente literario y filosófico, dadas las cuestiones que plantea el film.

La escritura extraterrestre

   En la película, y en el libro que la precedió (K-Pax, de Gene Brewer), un simpático Prot llega a la Tierra viajando en un rayo de luz desde el planeta K-Pax. O, al menos, eso dice él.

   K-Pax es un lugar en el que el concepto de familia no tiene sentido. Un lugar donde no existen leyes ni jueces porque, en el fondo, todo ser del universo sabe si está actuando bien o mal.

   Se trata de un mundo en el que la violencia es considerada una estupidez y donde, curiosamente, el lapicero o el bolígrafo no ha sido inventado. Prot califica el lapicero, frente a su psicólogo (normal que le asignen uno), como “el instrumento de escritura más eficaz”.

   Eso plantea serias dudas en cuanto a la cultura k-paxiana, pero el film trata de demostrar que la escritura terráquea ha sido un pequeño accidente, algo aleatorio y marginal que, en realidad, no hace falta para un sistema desarrollado y culto. Que existen otros modos.

   No sé si será así o no, habrá que encontrar civilizaciones antes, y todo lo que podamos decir aquí son conjeturas. Como fan de la ciencia ficción puedo recordar absurdos como el que Adams Douglas incluyó en toda la saga de Guía de un autoestopista Galáctico, en la que, por poner un ejemplo, aparece un planeta con unos extraterrestres que llegaron a inventar antes el spray aerosol que la rueda.

   Lo cierto es que, tras cada película de ciencia ficción basada en otras culturas alienígenas, hay una lectura sobre el método de transmisión de cultura. Por ejemplo, El último Mimzy (película) comienza en un prado terrestre donde los alumnos ya la profesora hablan mentalmente, sin necesidad de libros o pizarras. ¿Necesitan los libros? ¿Los habrán conservado como un recuerdo o para el tiempo de ocio? ¿Habrán olvidado a leerlos? En Ilión, de Dan Simmons (libro) unos seres humanos parecidos a los elois de La máquina del tiempo de H.G.Wells han pasado tanto tiempo sin tener que realizar nada por sí mismos que la llamada función lectora (un modo de absorción de conocimientos) ya no funciona porque nadie recuerda cómo invocarla. No tienen acceso a los libros que se amontonan en las estanterías, y hace milenios que olvidaron cómo leerlos. Me interesan las sociedades que han perdido o ganado capacidades, o aquellas que han conseguido algunas que, para nuestro modelo de civilización, suenan rocambolescas, absurdas o estúpidas.

   Como afamados lectores, probablemente alguien de aquí me lance un libro antes de que acabe el día por el artículo. Ya que estamos, me quiero leer La lógica oculta de la vida, de Tim Harford. Agradecería que, entre los ejemplares lanzados con violencia, se incluyese (al menos) una unidad de tal volumen.

Gracias.

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